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domingo, julio 03, 2016

Votar el botón

En las pasadas elecciones generales celebradas el 26J (26/06/2016) he podido darme cuenta de ciertas contradicciones que se dan en nuestra democracia, y que como yo, cualquiera de ustedes podría haber percibido.

En mi caso, que solicité votar por correo, recibí días antes del 26 un sobre con las papeletas y las listas. Durante las semanas anteriores había recibido propaganda electoral de casi todos los partidos que se presentaban en mi circunscripción. Aquí detecto la primera anomalía, pues esa propaganda electoral presenta grandes diferencias de formato y calidad del propio folleto dependiendo de qué partido lo envíe. Esto parece indicar que existe una desigualdad evidente entre el presupuesto del que puede disponer cada grupo político para atender los gastos de su campaña. Así, los grandes partidos tienen dinero para buzonear a toda la región con folletos impresos en color y utilizando papel de alta calidad. Por el contrario, los partidos más modestos mandan una versión mucho más rudimentaria, o directamente no mandan nada. Personalmente, me parece una carrera desigual desde el inicio. ¿No tendría más sentido que fuera el Estado quien mandara un único panfleto que dedicara igual número de páginas a cada partido que se presenta en tal circunscripción, y asumiera los gastos?. Lo contrario se me parece más a una campaña de marketing que a una campaña electoral.

Una vez que recibí las papeletas y me dispuse a hacer mi elección, extendí sobre la mesa las listas de candidatos de cada partido y los panfletos que había ido recibiendo durante las semanas anteriores. Tomé en mi mano el primer panfleto, con el líder nacional en la portada y repasé su programa. ¡Un momento, mi ciudad y mi comunidad no se mencionan en absoluto! ¿no tengo que elegir un representante de mi circunscripción para que me represente en el congreso?, ¿por qué no dice nada de los transportes, los colegios o los hospitales de la zona donde vivo?. Por otro lado, el líder nacional, que en la propaganda dice hablarme a mí directamente y me pide mi voto, resulta que no se presenta en mi circunscripción. ¿Por qué me pide mi voto entonces?, ¡si no se presenta!. No entiendo nada...

Eché entonces un vistazo a la hoja de papel donde tenía que plasmar mi voto. Se explica que tengo que marcar cruces en los candidatos que yo quiera. Confirmo que el que sonreía en el panfleto y me pedía mi voto no aparece por ningún sitio. Lo cierto es que no conozco a casi nadie de los nombres que leo y entre los que tengo que elegir. Y yo me pregunto, ¿cómo tomo esa elección?, ¿en que baso esa decisión si no sé qué ideas o propuestas defienden?.

En realidad ya conozco la respuesta, pero me cuesta aceptarla porque seguramente he oído demasiadas veces eso de que España es una democracia consolidada y un país desarrollado. Da igual a quién elija o cómo se llame el candidato, e importa mucho menos que no lo conozca. Lo que tengo que votar aquí son las siglas. Solamente estoy votando para que una de esas personas con nombre desconocido para mí vaya al Congreso de Madrid y vote al líder nacional. No me hace falta saber quiénes son las personas de la lista que tengo delante o qué ideas defienden, porque el único talento con el que deberán contar es que puedan diferenciar entre el botón para votar en contra y el de votar a favor. Al ejercer mi derecho al voto, lo que estoy haciendo en realidad es votar el botón que quiero que se pulse, sin que sea relevante quién es aquel que lo pulsa.

Una vez en el Congreso, mi candidato recibirá instrucciones de su partido para indicarle qué votar. Incluso le darán el argumentario para defender lo que vota. A esto le han llamado “disciplina de partido”, eso que en la época del Felipismo y después con el Aznarismo se consolidó para evitar divisiones internas (aquello de los “versos libres”) que pudieran debilitar al Gobierno. Eran tiempos jóvenes para nuestra democracia y existía cierto temor a movimientos desestabilizadores, que se perpetrase un Golpe de Estado por ejemplo. Sin embargo ahora, con nuestra democracia ya asentada y respaldada por todos, no alcanzo a comprender en qué nos beneficia esto de que los partidos voten todos a una bajo amenaza de sanciones y multas.

Me gusta la comparación que he oído a veces, que establece que el proceso electoral es como la elección del consejo de administración de una empresa. España sería una empresa bastante particular, con un presupuesto y una plantilla enormes, en la que los integrantes elegimos a los jefes. Partiendo de ahí, podemos imaginar que nuestro voto representa nuestro poder de decisión en un proceso de entrevistas de trabajo, y debemos valorar a los candidatos principalmente por su experiencia y sus conocimientos. Sin embargo, al final sólo podemos elegir al jefe supremo, y será él quien arbitrariamente designe al resto de integrantes del consejo de administración de nuestra gran empresa, ya que una vez elegido el Presidente, podrá poner y quitar ministros a su antojo.

Personalmente me parece que es un proceso de selección que chirría por todas partes. Y ya que hemos estrenado el sistema de listas abiertas, se me haría bastante lógico poder votar por los ministros, al menos aquellos que ocuparán los ministerios más controvertidos.

Si usted como yo vio por ejemplo el debate televisado entre las personas “ministrables” para el Ministerio de Economía, tal vez sacó sus propias conclusiones y acabó el debate teniendo preferencia por alguno de los participantes, que no necesariamente pertenece al partido del su líder favorito, y que despertó en usted cierto sentimiento de admiración y confianza. Al ver ese debate, usted como yo nos situamos en el lado de la mesa de quien recluta en la entrevista de trabajo, e igual que yo pudo valorar a esas personas por sus talentos relevantes en la materia de economía.

¿No sería más lógico y más justo entonces, que pudiéramos elegir a un grupo de personas especializadas en esas distintas materias? En vez de elegir al capitán del barco y que éste elija a los marineros siguiendo sus propios criterios, tal vez podríamos elegir a los integrantes del barco asegurándonos de que cada uno es experto en su campo. No veo por qué hay que votar por meros pulsadores de botones pudiendo votar a personas realmente preparadas para tan exigente tarea como la que se les encomienda. Incluso podríamos llegar a pensar en un Consejo de Ministros integrada por personas elegidas por la población, tras evaluar sus ideas, sus propuestas y, naturalmente sus capacidades.


Sí, soy consciente. Es un sueño utópico ya que quienes tendrían que cambiar el sistema son los que mandan, y son los que indican a mis elegidos qué botón deben pulsar. Viva España. Viva la democracia.

miércoles, diciembre 15, 2010

Apagón

Ayer se fue la luz en mi edificio. La sensación de angustia recorrió mi cuerpo desde el primer momento. Estuve buscando un par de velas en la oscuridad, en esos cajones que nunca abro. Mientras las buscaba pensé en los alimentos del congelador, en mi ordenador, en la televisión...

Después de algunas horas sin luz mi pareja y yo adoptamos un estado de resignación y empezamos a bromear acerca de la primitiva situación. Finalmente, con la evidencia de que se trataba algo grave y comentar el hecho con todos los vecinos, estuvimos tratando de organizar nuestra vida sin luz para los próximos días. La frustración se instaló en mi hogar al pensar en la lavadora, en la vitro, en el móvil, el secador, la máquina de afeitar... hasta caí en la cuenta de que tendría que bajar a abrir a cualquier visita sin poder utilizar el vídeo-portero y su cómodo botón.

Todo acabó casi dos días después y, sinceramente me siento avergonzado al reconocer que no he conseguido mantener en orden mi vida debido a la falta de luz. Me he dejado una pasta innecesaria en comer fuera, ya que no podía cocinar; mi jefe me mira raro por oler como alguien que no se ha duchado últimamente; tengo unos ochenta mensajes sin leer en el correo electrónico, he tenido que tirar la mitad de la nevera y, encima he tenido que pagar una lavandería a precio de oro.

Me da la impresión de que nuestros antepasados podían vivir sin luz sencillamente porque no la tenían y si la hubieran tenido, hubiesen vivido momentos desesperados cuando se de repente se va.

Ya no quedan carros tirados por animales, ni candiles, ni máquinas de coser con un pedal que hay que mover para hacer a la máquina puntear. Lo que se nos ha enseñado es que queremos artículos que no nos exijan esfuerzo. Unos lo llaman comodidad, otros podrían llamarlo falacia cara, y en realidad luce como dejadez auto-engañosa. Osea que queremos cosas caras, inútiles y de paso, que duren poco tiempo para poder renovarlo de cuando en cuando.

Para asistir a toda esa demanda infinita lo primero que se necesita es energía. Y es fácil entender que hace ya décadas el consumo de energía se viene disparando. Para ello los gobiernos exprimen sus cerebros en busca de nuevas materias primas que quemar o alternativas aparte de la combustión de algo. Y mientras disfrutamos las últimas reservas petrolíferas del planeta, nos meten en el cerebro que tenemos que seguir consumiendo energía, y que tiene que ser además mayor que ahora. Sabemos aprovechar la energía del viento, la del sol, del mar... hasta podemos convertir nuestras huertas de hortalizas en campos de placas solares como si quisiéramos fabricar los alimentos también.

Estamos encantados de las funcionalidades del nuevo teléfono móvil, estamos acostumbrados a hacer zapping con la tele, o a ir en coche a todas partes. Eso es el bienestar, ¿no?. Resulta que es bueno para las empresas, los gobiernos, y nuestra vida en general que consumamos más y más, sin importarnos demasiado qué quedará mañana. Sobre todo porque en el futuro llegaremos a otro planeta y tendremos más energía que consumir.

Eso es lo que hemos aprendido, a consumir. Y votamos al político que promete un tren de alta velocidad para jubilar el viejo. Luego nos damos cuenta de que es mucho más caro y que consume casi diez veces más energía, pero no importa porque sigue siendo rentable.

Podemos construir pistas de esquí donde no nieva, cambiar el curso de los ríos, alterar genéticamente las plantas... podemos inventarnos lo imposible, creando y descreando a nuestro antojo.

Se nos ha dicho que es más cómodo usar el avión, y no sólo para largas distancias; queremos que al hacer la compra nos den los productos en bandejitas y que nos den una bolsa en todas las tiendas. ¿Por qué? Es evidente: por comodidad. Esa nuestra adicción

Y es que al final, económicamente vale la pena consumir más y más. Así se activa la economía, nos dicen; sube la bolsa, hay menos paro, más dinero y más bienestar, por su puesto. Ciertamente es que sí vale la pena exprimir los recursos del planeta porque cuanto más lo consumimos más ricos somos y vivimos mejor.

De modo que quemémoslo todo, que no quede ni un bosque, ni un pájaro. Llenemos el subsuelo de basura, de residuos radioactivos; acabemos con el aire de una vez hasta que no se pueda respirar. No pasa nada, el planeta es nuestro, y no al revés, y hacemos lo que queremos con él.

Así que dejemos de caminar, de mover los músculos, de cuidar lo que tenemos... de perder el tiempo en pensar en nuestros descendientes. Pues ¿para qué querrían nuestros bisnietos un planeta como este si les podemos dejar dinero suficiente para comprar nuestro propio sistemas solar?

Intuyo que todo el mundo estará de acuerdo conmigo, porque si alguien planteara lo contrario y quisiera que dejemos de explotar el planeta, ¿quién le escucharía?, ¿quién le apoyaría?, en definitiva ¿quién haría dinero? Nadie.

Mientras extinguimos todo, mi pareja y yo hemos encargado un kit para elaborar velas y esperemos acontecimientos sentados cómodamente.

El Torrao.

martes, septiembre 15, 2009

Contra Periolistos y Politiquillos

Había tenido algunas referencias en contra y a favor de un espacio televisivo titulado “El gato al agua”. Y hoy mismo me lo he encontrado en uno de esos barridos que se hacen por los diversos canales, haciendo uso del poderoso mando a distancia del televisor, pasando por las diferentes propuestas que se encuentran en emisión, en anhelante búsqueda de algo mejor o más interesante.

Es un programa de esos llamados “tertulias”, irónico sustantivo para identificar eso que resulta de quitarle a un debate cualquier atisbo de neutralidad, y aún así disfrazarlo de debate, tan común en la parrilla televisiva. Este lo conduce un señor de mediana edad, sin atisbo de calvicie o aparición de la mínima cana bajo el tinte, y con una voz y unas costumbres semánticas que le delatan como curtido locutor de radio. Con gesto impávido el hombre, excesivamente maquillado, mira a la cámara fijamente mientras habla en exquisita entonación, dando la palabra a su izquierda y derecha, a los diferentes participantes, de manera algo desigual, si acaso.

En una emisora audiovisual llamado Intereconomía, si uno se entera de que van a llevar a cabo un debate a cinco bandas sobre la crisis, puede tener la tentación de imaginar que encontrará unos tertulianos de insuperable calibre en lo que a economía se refiere. Se puede uno poner a divagar si tal vez tendrá la oportunidad de oír a algún catedrático, o tal vez a alguien súper-galardonado en los foros más prestigiosos… Estos de Intereconomía pintarían adecuados para eso, y podría caber esperarse. Sobre todo porque lo anterior que recordamos de este canal, es ver índices bursátiles moviéndose en la tele, sin meterse en los problemas de las guerras de los medios que se batallaban en otros lugares.

Pues nada de eso, el panorama que uno encuentra, desde el primer guiño por parte del moderador, es totalmente diferente a cualquier colección de eruditos que uno pueda haber soñado.

La mesa de oradores está compuesta por dos militantes del Partido Popular, uno de Unión, Progreso y Democracia1, una Periodista conocida columnista y habitual opinadora a sueldo en este tipo de parlamentos televisados , y un último Periodista al que desconocía, y que presenta una imagen elegante, al estilo italiano, con perilla de Mosquetero.

Para amenizar la conversación, y de paso evitar la sequedad de la boca de los contertulios, se les dispone a todos los participantes de una copa de vino tinto frente a ellos, para que vayan dando sorbos entre una intervención y otra. Diría yo que lo de hacer botellón en la tele es un acto de rebeldía hacia esa tendencia de eliminar de las emisoras, al menos visiblemente, los presentadores ahumados por el tabaco, o echando tragos a una copa de graduación considerable para acabar hablando a voces del mineralismo2 y su llegada inminente... Parece que este canal, Intereconomía, la cadena del toro bravo que enviste cojo, aboga por volver a las viejas costumbres televisivas.

En último lugar, me gustaría fijarme en la figura de Marian, la chica de los planos cortos. Se trata de una joven con ojos luminosos y gesto impertérrito que se encarga de informar sobre el estado de las respuestas de los espectadores acerca de la pregunta del día, y al final del programa es quien otorga a uno de los participantes el ansiado “gato al agua”, un muñeco aparentemente adquirido en un bazar asiático de bajo coste, que se adquiere por votación popular a través de los mensajes desde los teléfonos móviles de la gente. Acerca de esta mujer, me cabe preguntarme sobre la necesidad de su presencia y lo que realmente aporta a la escena que no sea machismo desbordado, y sólo reparo en sus ojos brillantes como respuesta a mi duda, dentro de nada le pondrán un escotazo, que nos indicará a los espectadores el porcentaje de audiencia del día anterior. Se me pasa por la mente la expresión “mujer florero” y se me antoja la Pilar Rubio de Intereconomía, a la que le han ahorrado hasta el hablar, por si les salía con la voz ultrasónica de la reportera de la Sexta.

El programa, naturalmente, es un insulto al Periodismo en sentido purista. Y digo naturalmente porque últimamente es lo que se espera. 59 segundos, Alto y Claro, La Noria… hay muchos y todos son lo mismo: apología de la bronca, con una única posible diferencia que se resuelve a los dos minutos de visionado: la tendencia política del medio en cuestión. Ahí se fomenta el canibalismo hacia el contrario, se incita soltar la barbaridad más innecesaria defendiendo lo indefendible y queriendo ser más papista que el Papa mismo. Se plantean contextos donde el moderador toma parte, se presenta un desequilibrio manifiesto en cuanto a partidarios de las dos posiciones (PP vs. PSOE), que también es una lástima que no suela haber diversidad y no se cuente habitualmente con los grupos minoritarios.

Si un estudiante de primer curso de una facultad de Periodismo, en ejercicio vocacional y entusiasta, se dispone a contar adjetivos y sustantivos mientras atiende a estos programas, o a cronometrar el tiempo que se les brinda a unos y a otros, podría escribir su tesis sobre ética periodística en diez minutos.

Son ellos, los periodistas titulados, los que aceptando sus propias reglas, se comprometen al rigor de la información, y no veo por qué no tengan que cumplirlo. Para más inri, si alguien les critica y les advierte de lo malévolo de mezclar opinión con información, ellos se indignan y ponen el grito en el cielo enarbolando la bandera de la libertad de expresión… ¡caramba, no es esa la única libertad que entra en juego!

Ese derecho lo tenemos los ciudadanos como individuos, por su puesto. Ahora bien, éste se ve condicionado hasta el punto de poder ser obviado si entra en conflicto con los derechos de otros. Esa es la razón por la cual un juez o un abogado no pueden airear datos sensibles que concurren en los juzgados y que conciernen a terceras personas. Así como a un médico no se le permite dedicarse a relatar quién ha sufrido tal enfermedad, o como un sacerdote que debe ser discreto con los secretos a los que pueda tener acceso en un confesionario. Tampoco a un Ingeniero aeronáutico se le puede ocurrir mandar por email a sus contactos el último diseño del proyecto de tal avión espía, ni un banquero podría pensar en compartir con alguien los números más secretos de la entidad para la que trabaja. De modo que todos como ciudadanos tenemos unos derechos, pero éstos cambian y son otros en el ejercicio responsable de nuestro trabajo. Y en el caso de los Periodistas lo que prima es el derecho a la Información veraz y neutral con la que cuentan los lectores, oyentes o telespectadores.

No sé qué ha pasado con la televisión y los medios de comunicación en general, pero alguien se los ha cargado del todo y se ha llevado lo peor de “Aquí hay tomate” y similares, al periodismo político mínimamente serio. En algún momento entre la Transición y los días que vivimos, hemos convertido los medios de prensa en medios de promoción política sectaria. Es decir, las televisiones, las radios, los periódicos, son hoy por hoy Tele-PP o Tele-PSOE.

Y son personas de carne y hueso las que están detrás de todo. Son gentes con familia, como cualquiera, criados en cualquier barrio de cualquier ciudad. Gentes a quienes se les presuponen virtudes intrínsecas en los estudios de Periodismo. Pero un día decidieron traficar con su propio espíritu crítico, ese con el que soñaban les daría fama y prestigio...

Si desde finales de los setenta el Periodismo español, pudiéramos decir que venía contribuyendo al asentamiento del Sistema Democrático español de forma pacífica, a día de hoy tenemos que darnos cuenta de que el panorama ha cambiado radicalmente, y los ángeles se han caído y son hoy demonios. Eran tiempos en que los medios eran independientes, en que se podía decir la verdad porque no se jugaban nada más que la propia dignidad profesional. Pero supongo que todos tenemos un precio…

Así que lo que se podía haber convertido en un panorama periodístico apasionante, con vocación y capacidad de despertar reflexión en la opinión pública, cada vez más numerosa en el mínimo nivel cultural, ha acabado siendo un compendio de grupos de comunicación totalmente vendidos, sectarios y autocensurados hasta lo ridículo3. Los mismos que honraron su profesión animando a conciliar las llamadas “dos Españas”, se empeñan ahora en volver a las andadas y separarnos cada vez más, aunque sea de manera artificial.

Me hierve la sangre al pensar que detrás de cada firma hay una persona, alguien independiente y ajeno que de un momento a otro se vio como parte activa en un complicado montaje de influencias. Todos esos que leían a Larra de jóvenes, aquellos que se embelesaban disfrutando aquellos discursos y ensayos en la facultad. Sin hablar de los que se jugaban el cuello literalmente con la censura… Esas grandes palabras denostadas como la objetividad, o la imparcialidad o neutralidad, o la libertad, o eso del “espíritu de la Transición”. ¿Dónde está esa limpieza virginal o ese rigor o esa lealtad a la responsabilidad del cargo? ¿Dónde quedó el respeto a nosotros mismos?

Entristece ver cómo periodistas quieren jugar a hacer de políticos, y los políticos no quieren jugar a nada, nada que no incluya hacerse un favor a sí mismo o hacer que alguien le deba un favor.

Cuando esta atmósfera irreal fundada con las técnicas más básicas de marketing y manipulación de masas4 dignas de cualquier régimen totalitarista reviente, la democracia quedará en un chiste sin gracia. En medio de la sociedad de la sobre-información, cuando más necesaria se hace la calidad de la misma, parecemos estar abocados a que jueguen con nosotros, y nos inserten en la mente lo que les venga en gana.

No conformes con que los españoles votemos por miedo, y nos conformemos con la opción que consideremos menos mala, quieren que acabemos votando por inercia, aprovechando nuestra falta de identidad y confianza real en un grupo concreto. Cuando ya no sepamos qué creer y no tengamos nada sólido en que apoyar nuestras opiniones y conclusiones, será fácil ganarse nuestro voto para quien nos ofrezca algún tipo de caramelito engañoso.

En este país se creó hace escasos años un partido político a nivel nacional totalmente nuevo, llamado UPyD. Fue fundado, básicamente, por Rosa Díez, ex-socialista cercana al antecesor Almunia, no así con Zapatero. La eurodiputada Díez hizo trascender en su momento que, entre otros, había captado para su partido a Fernando Savater, filósofo ajeno a la política hasta el momento. Sinceramente pintaba bien un partido así, muchos fuimos los que en algún momento sentimos la voluntad de escucharles.

Una vez confirmado el liderazgo definitivo en las listas de candidatos, por parte de doña Rosa, en detrimento de don Fernando, cabe preguntarse ¿a quién se ha debido tal decisión y qué virtudes básicas se valoraban? Y da miedo responderse, porque un filósofo serio en el Congreso, por entonces era necesario, y en la actualidad es urgente. Uno se echa las manos a la cabeza si recuerda los políticos de la historia de España, desde Agustín Argüelles a Adolfo Suárez, pasando por Cánovas o Ruiz-Zorrilla, y lo compara con el panorama que vivimos. Es justo decir en este punto que hoy también hay algún político respetable, sin embargo en la actualidad no tienen personalidad política individual, sino de partido. Eso provoca que el talento se vea escondido y fieramente corroído por la falta de práctica y las malas compañías con sus desatinados consejos. Ciertamente el nivel intelectual deja mucho que desear en el Congreso, y más cuando se empeñan en esconder a los que no saben gritar. No es la condición de prohombre lo que a uno le da voz, es la capacidad de tragarse la dignidad y la veracidad, para defender lo indefendible y atacar lo inatacable.

En la campaña de las pasadas elecciones generales, el diario el Mundo se mojaba y directamente pedía el voto a sus lectores para este partido recién nacido. Lo hacía con una nueva fórmula lingüística que por entonces se andaba asentando como común, “el partido de Rosa Díez”. Evidentemente, si un lector sigue los consejos de la publicación y se dirige al colegio electoral con la convicción de otorgar su confianza a el partido de Rosa Díez, no lo iba a poder hacer, ya que en las papeletas es referido con el impronunciable acrónimo.

Ellos mismos, los políticos, flagelan cualquier atisbo de sinceridad vocacional desde la que alguna vez hubieran soñado con estar en una cámara de representantes, cuando se aferran resignada y productivamente a la idea acuñada por Alfonso Guerra de “el que se mueva no sale en la foto”.

Conciudadanos, esto es que lo hemos elegido.


1 Si uno introduce las palabras “partido de Rosa Díez” como criterio de búsqueda en el conocido buscador Google, el sistema devuelve más de cinco millones de resultados; y si se introduce “unión progreso y democracia”, que es como se llama el partido, se recogen unas quinientas mil posibilidades, diez veces menos. Compruébese.

2 El mineralismo y Fernando Arrabal, un clásico. http://www.youtube.com/watch?v=ZpGJSwkmnR8

3 Ejemplo de lo ridículo en 22 segundos. http://www.youtube.com/watch?v=yIShWw-LvV0

4 “La mejor manera para convencer de una idea es la repetición infatigable de la misma.” (Mein kampf. Adolf Hitler) Ya lo decía Adolfito el mala ostia

martes, enero 31, 2006

ESDLA vs. España

El mapa de la España actual bien podría compararse con el de la Tierra Media del Señor de los Anillos. Sí, los elfos del partido socialista se han aliado con los hobbits y los enanos para asegurar la presencia izquierdista en los mandos de poder. En Galicia, la cultura celta nos deja el pueblo de Rohan, cuyo rey Théoden ha sido desencantado del embrujo de Fraga—Gríma, Lengua de serpiente, que debe ser bífida porque no se le entiende cuando habla. Lengua de serpiente no, pero piel escamada... Mientras, en el País Vasco y Cataluña, los orcos se han organizado y tienen pretensiones triunfalistas. El rey brujo de los Nazgúls, Carod, sobrevuela el mapa buscando o buscándose enemigos. El asustado Zapatero es Frodo, a quien parece quemarle el Anillo estatutario, debe provocar que el anillo se queme en las llamas de allí donde fue forjado, en Cataluña-Mordor, aunque sabe que la misión le deja sólo y podría reclamar su cargo. Su fiel Samsagaz Caldera, se muestra tenaz en la marcha pero parece sospechoso de comer pan élfico a escondidas y ganarse enemigos salmantinos. La criatura Golum Maragall, ejerce de guía extravagante. Aunque, hay que tener cuidado, puede poner a la comunidad en peligro, pues quiere el anillo para él, lo llama “mi tesoro”. Aragorn y Legolas los apartaremos de la comparación por demasiado guapos... aunque no se nos escapa que Rajoy, añorando aquellos tiempos en que gobernaba el rey Isildur Aznar, reclama el retorno del rey cabalgando a lomos de Brego Acebes. Y como Aragorn, no duda en volver a forjar cuantas veces sea menester la misma espada, e incluso de acudir a los muertos, si hay posibilidad de que se pongan de su parte, y en contra de los Dunlendinos del Norte, pues sabe que son muy poderosos. El Senescal Denethor Pepe Blanco observa desde la Torre Blanca de Ferraz cómo Faramir y Boromir, sus aguerridos luchadores, reúnen honores dispares, y a todos se les reclama una lealtad que se vislumbra agonizante, aunque todos son hijos de Gondor y merecen un final digno. José Manuel Hernández , portavoz socialista de Ávila, Revilla Roiz, presidente de Cantabria, Paco Vázquez, Rodríguez Ibarra, Manuel Chaves, Rafael Simancas, Marcelino Iglasias... todos son Faramirs y Boromirs. Labordeta tiene bien defendido el fuerte de Osgiliath, ante los ataques al río por parte de algunos Trolls aficionados al golf. Y la esfera Palandil Otegui es el contacto con el mal, por ello es preciso tenerlo apartado de hobbits insensatos. Ante esta España crispada, y dividida setenta años después, Tolkien, quien nunca aprobaría las comparaciones aquí planteadas, lo tuvo difícil, pero creó finalmente los personajes adecuados que podrán asegurar el éxito del bien en el mapa. Primero, quien modera por encima de los diferentes reinos, el mago blanco Gandalf de Borbón. Por otro lado los jueces y comités de sabios reunidos como Ents, sin perder ni hacer perder el tiempo en hablar, a menos que sea importante. Y por otro lado Tolkien pensó en Éowyn, en Galadriel, en Arwen. En este mapa faltan mujeres con responsabilidades, que tomen decisiones importantes y con intenciones valientes y conciliadoras. Sólo la acción de estos elementos, de aventura fantástica, puede salvar a la Tierra Media hasta nuevas experiencias.
El Torrao
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