jueves, julio 24, 2008

Canción alegre de Gil Splitz

Maralán.
Morilán, baranil, dedillán.
y pimpom.
pira la cura billón.
pete la vela
cata la puebla
vega te peta brisón.
des papillón
berre peté
saca ni cabla sansón.
Mala madura
pier casadura
mara caristo mansón.
dimiribé
pic
disodesé
pac
cimari má sodisé.
mica mi cabla
mar cabidura
pica di mala madón.
sor morité
mar cosiyé
maca mi cabra
mar babilero
cada mataca
el dil sostelero.
porropo ron.
pic.
porropo ron.
pac.
porropo ron
porropo ron
tic tac
porropo ron
ron

*Para Gustavo, el uruguasso de la cuatro cero cuatro, el tipo del saxofón, allá donde existas.
El Torrao

lunes, julio 07, 2008

Berlín Este 1946: El repudiador repudiado

-Buenos días, ¿cuánto vale lavar el coche?
-¿Qué programa?
-No lo se, lo siento pero no soy de aquí
-Enjabonado, aclarado, encerado y abrillantado es el completo
-Pues el normal
-... Cuatro sesenta
-Pues tenga
-... Señor... Se tiene que meter en el coche...
-Ah, ¿si?. ¿No puedo verlo desde fuera?
-... Señor... Alguien tiene que sacar el coche del túnel...
-Ah, ya veo. Supongo que pocos días se encuentra usted con un cliente que nunca haya estado en un túnel de lavado... Yo, yo es que no soy de aquí... En mi pueblo lavo el coche en mi jardín con una pistola a presión. Allí tengo una casa grande y un montón de frutales, pero aquí en la ciudad no hay espacio para nada... ¿verdad?
-Por favor, señor... métase en el coche

jueves, mayo 01, 2008

El nacimiento de Sleipnir

ACTO PRIMERO

Narrador: Al principio de la Edad Vikinga, en el reino superior de Asgard, los Dioses se veían algo desprotegidos en un entorno que se tornaba militar tras los recientes y violentos encuentros con los gigantes. Se sentían frenéticamente intranquilos, pues la llanura que habitaban no contaba con defensas ante posibles enemigos. Pero la preocupación hizo oportuno el advenimiento de un jinete que cabalgaba desde tierras lejanas y parecía poder ayudar.

Se abre el telón y aparecen en escena un comité de dioses longevos, vestidos con túnicas y ropajes con aire erudito y con gesto afligido, en compañía de un guerrero claramente extranjero.

Jinete: Será una gran muralla — les anuncia —, una barrera inconquistable para enemigos malintencionados. No más allá de dieciséis meses habrán pasado, que vuestras preocupaciones quedarán sepultadas.
Odín: ¿Y cuál será el precio de tal hazaña? — pregunta Odín el sabio serenamente —.
Jinete: Tan sólo la diosa Freya como esposa — contesta el desconocido como si de una cortesana hablara —. Y también el Sol y la Luna.

Narrador: Los dioses se enfurecieron ante semejante osadía, y habrían echado al hombre fuera de Asgard por atreverse a pensar que una hermosa deidad como Freya podía cambiarse por un trabajo de albañilería. Pero Loki quiso negociar.

Loki: Si puedes edificar la muralla en seis meses, trato hecho. — Se apresura enseguida a dominar las expresiones de sorpresa ante tal asunto, y susurra al divino consejo — En seis meses tan sólo podrá ser capaz de construir la mitad, pero al menos ésta no nos supondrá coste alguno.

Narrador: El foráneo alarife dirigió su mirada hacia la joven Freya, quien se bañaba en lágrimas de oro, quedó deslumbrado un momento y aceptó finalmente; solicitó únicamente cuidados para su caballo, su viejo compañero que le era vital en semejante empresa.

Narrador: Durante todo ese invierno, el extraño cabalgador trabajó duramente, y con la ayuda de su leal y aguerrido percherón acarreó suficientes piedras para levantar una gran muralla infranqueable alrededor de Asgard. Al llegar la florida primavera, la construcción iba muy avanzada y el tiempo se convertía en una soga para los dioses, pero puesta en el delicado cuello de Freya.

Odín: Imprudente de ti, Loki — reprende Odín enfurecido — creíste engañar a un embaucador, pensabas servirte de tus divinos talentos dando por amplia tu ventaja. Pues viendo que no es así, la responsabilidad te llama y precisa de tales talentos los tuyos. No pudiérase permitir que Freya fuera nunca esposa de tal hombre, quien además se viene sospechando como un gigante disfrazado. Y ni nombrare a los dioses supremos, el Sol y la Luna, y la sola posibilidad de perderlos en temeraria apuesta. A tus artes apremio a evitar dejarnos encerrados en media muralla sin diosa del amor y la sabiduría, sin el Sol, sin la Luna y con hondo oprobio. El honor... Altas cuestiones que aquí se ponen en juego y deberás pensar en partir exiliado.

Narrador: Loki reflexionó acariciando despacio sus luengas barbas y concluyó que había que tratar de engañar a un pícaro.

Loki: Concluiréis como yo que depende de su montura, pues aún tratándose de un burdo rocín, el abyecto rufián podría dejar de cumplir su parte de lo acordado si le falta la bestia.

Se cierra el telón. Con el telón abajo se oye la voz del narrador.

Narrador: Loki había sido bendecido con la facultad de la metamorfosis, y una ocasión siendo de noche, bajo el abrigo de la diosa Luna y, transformado en hermosa yegua, sedujo hacia sí al animal del obrero. Al despertar, aquel hombre taimado era sólo un recuerdo, y se encontraba ahora encolerizado al no verse capaz de acabar la edificación a tiempo teniendo que trabajar él solo. — Se oyen gritos desesperados —. En tal momento tenso, los peores presagios de los sabios se confirmaron al descubrir bajo ingenioso disfraz un gigante, gran enemigo de los dioses revelado a los rayos del Sol.

Se oye gran revuelo.

Narrador: Thor, nervudo hijo de Odín, se dirigió valientemente al encuentro del gigante y le confirió un fuerte golpe en el cráneo con el martillo de Miollnir. — Se oye un golpe seco, y otro después más perturbado —. Una vez neutralizado en gigante problema, Loki consideró seguro volver a Asgard y trajo consigo a Sleipnir, un extraño caballo gris dotado con ocho largas patas, que quiso ofrecer como obsequio a Odín.

Se abre el telón y aparecen en escena los personajes debidamente caracterizados.

Loki: Caballo alguno igualará jamás en velocidad a éste. No hallárase ni lejos que se buscara, bestia capaz de igualar a Sleipnir o compararse con su excelsa vigorosidad, ni menos aún que pudiera intentar competir en fuerza o resistencia. Es capaz de ir frenéticamente de un extremo a otro del horizonte tantas veces como para recorrer sin descanso los ocho vientos que soplan desde sus respectivos puntos cardinales. Este hierático animal cabalga igual por tierra, que por mar, que por aire. Serás prudente cuando conozcas también que, montando un aparentemente ordinario caballo, pudieras llegar a pisar la Tierra donde moran los Muertos y de nuevo vuelta aquí. Sabrás acometer tal asunto, lo que se ha llamado Asgardreid, con suma cautela.

Odín: Acepto tu honorable regalo en amable gesto tuyo, pero no como quien recibe un recuerdo ornamental, sino como quien asume una nueva condición para con el deber. Mi camino procurará ahora memorables aventuras y proezas montado en tan noble corcel, que saciarán tu conciencia y nos darán buen nombre. ¡Por Sol que este digno trotón y yo mismo seremos los guardianes de la Luna!

Se cierra el telón.

FIN ACTO PRIMERO

El Torrao.



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sábado, marzo 01, 2008

Sociedad abuela

La noche que mi yerno mató a mi hija yo estaba en la casa. Llevaban ya un rato de discusión, tan acalorada como otras muchas veces. Yo, como en tantas ocasiones, escuchaba la riña desde mi habitación. Se hablaban con odio y se lanzaban improperios muy crueles. Mi yerno gritaba y daba golpes a las cosas, y cuando perdía la paciencia, algunas veces la ataba hasta que ella se calmara. Entonces mi hija volvía a la carga, y yo susurraba desde el cuarto contiguo: “No le provoques, hija”, como si de alguna forma pudiese llegar a merecer lo que después le ocurriera. La situación empeoró cuando mi yerno dijo que tras años no habían tenido hijos por culpa de mi hija, y que si no podía quedarse embarazada era una mierda de mujer y no servía para nada. Mi hija dio entonces un paso más, y le confesó que había ido varias veces de visita médica y que lo que ocurría era problema de él y su fertilidad. Mi yerno se sintió tan avergonzado, tan humillado y tan hondamente herido en su masculinidad, que cogió un cuchillo de cocina que había sobre la mesa y lo hundió en el cuerpo de mi Lolita dieciséis veces. Pagó así su ira con gesto desencajado y gritando “Así aprenderás, así aprenderás”. Ahora, ocho años después de aquello, sigo en esta casa que mi difunto marido comprara hace más de cincuenta años, y tengo que vivir a temporadas con mi yerno, pues tras cumplir condena por asesinar a mi Lolita, éste sigue siendo su domicilio, el domicilio conyugal. Me llamo Conchita Pereiro, tengo ochenta y un años, y tengo una historia triste que contar.

Fui yo quien enseñó a mi Lolita a ser una buena esposa, aunque, en vez de buena, me doy cuenta de que era más bien una esposa prepararla para la sumisión. En la época en que ella y yo vivíamos con su marido, se acostumbró a recibir órdenes por ambas partes. Yo le enseñé a cocinar, a tener la casa limpia, a coser, y sobre todo, a que al marido no le faltara de nada. La gente joven puede no comprender, que era lo normal. En esa época los políticos decían que “la mujer tiene un trabajo: sus labores, y un futuro: el matrimonio”. La sociedad lo aceptaba de manera general, principalmente porque no teníamos cultura ni personalidad. Muchas veces sonaba en la radio “Es mi hombre” de Sara Montiel y ambas cantábamos al son, mi Lolita tenía una voz muy dulce. Esa canción decía “Si me pega me da igual, es natural”, y en aquel momento nadie se planteaba la barbaridad que representaba asumir tal extremo. Los anuncios se dirigían a las mujeres cuando se trataba de vender productos de limpieza, y a los hombres si se trataba de publicidad de tabaco. Si el hombre en cuestión aparecía además rodeado de mujeres y una copa de brandy, se le ascendía a la posición de "hombre de verdad". Entonces las mujeres nos reuníamos en el mercado e íbamos de tenderete en tenderete sintiendo que era territorio femenino, era nuestro feudo entre iguales a los que no había por qué agasajar ni bajar la mirada en gesto de servilismo. Los pocos hombres que hubiera serían vendedores o mozos de cajas. También era común entre las mujeres cuando había visita en casa de algún caballero, que dejáramos a los hombres a solas para que hablasen de “cosas importantes” considerando que nosotras no podíamos saber nada de nada al pasar el día entre fogones y cuerdas de tender y, si acaso, podríamos ofrecer algún tentempié. Sin embargo si la visita era de una amiga, se recibía en la cocina.

Algo de todo esto queda y veo ahora mujeres modernas que mandan a sus maridos a comprar algún ingrediente que les haga falta para cocinar, mas el marido necesita de una lista y se ve muy inseguro en un entorno sin polvo, ni humo, ni obligación de usar casco. El “hommo inútillus” ha sido siempre una comodísima posición a adoptar por parte de los hombres, pues ha sido para ellos un escaqueo legítimo y que ni siquiera han tenido que solicitar o que ganárselo, sino que se les ofrece sin más. De alguna manera nosotras lo hemos consentido y provocado, y al “mandarles” a ellos a la compra nos asumimos aún como responsables de tal tarea de la casa, tarea de todos quienes allí habitan. Se da por descontado que un hombre de verdad no sabe comprar, ni cocinar, ni hacer camas, ni mucho menos conocer el proceso por el que una camisa arrugada y maloliente se convierte en reluciente y perfumada. También ésta postura machista ha sido cómoda durante mucho tiempo para las mujeres, pues nos ha eximido de tener que trabajar fuera de casa; lo malo es que el trabajo en casa no se ha considerado nunca trabajo, así que el amo y señor de la casa siempre era el mismo, el que traía el dinero al hogar. Es más, un hombre de verdad jamás consentiría que su esposa tuviera que trabajar. Entonces nos educaban con la idea de ser princesitas mantenidas, aunque finalmente terminábamos más bien de Cenicientas. A cuántos varones, niños incluso, se les libera del simple gesto de recoger la mesa o limpiarse los zapatos. Siempre hay una abuela, o una madre o una hermana que lo haga por él. Esto sigue latiendo cuando todas estas señoras preguntan ahora a sus nietos si “ayudan” a sus mamás en las tareas. “Ayudar a sus mamás”. Sigue siendo su responsabilidad entonces...

Siempre he controlado firmemente el modo de vestir o de maquillarse de mi hija. La eduqué para que fuese una señorita respetable y digna. Entonces confundíamos la dignidad con la castidad, y yo misma me sentí feliz cuando mi Lolita me dijera en el día de su boda que había esperado a abrir “su flor” cumpliendo una promesa que años atrás yo le hiciera perjurar. Había palabras que nos daba vergüenza pronunciar, por si era pecado o algo así, como virginidad por “la flor” o sexo, palabra que siempre fue camuflada y de forma tímida decíamos “seso”. Este tema siempre se ha satanizado y las mujeres entonces vivíamos el acto como algo pecaminoso, y nos quedábamos boca arriba con los brazos parados y los ojos fijos en la imagen de la virgen que pudiese haber en la habitación. Siempre se consideró un trámite para procrear y para que el marido se desahogara, pero no como un disfrute para nosotras, eso de ninguna manera. La que podía ser sospechosa de tal disfrute, o siquiera tuviese cualquier iniciativa con los hombres, se le llamaba buscona o fresca y se le dirigían miradas condenatorias.

En definitiva, a mi hija le eduqué para entregarla a un hombre y que cuidara siempre de éste, como si de un niño grande se tratara, a cambio de poco o nada, alguna joya a lo sumo; y pagó muchas veces mis imperdonables atrevimientos con su dignidad, y al final, con su propia vida.

Lo que me parece ver ahora es que vertí en mi hija miedos absurdos, mitos injustos y tabús fundados en el pecado mortal, para no ser nada por sí misma, sino para servir, para obedecer, para anularse, para no vivir, para morir... Y mi penitencia es ahora vivir en la guarida del mismo lobo que tantas veces he adorado y a quien tantos cuidados regalaba, mientras él mordisqueaba a mi propia hija entre sus fauces.

Nota del autor: Si alguien se sintiera ofendido/a por el texto que antecede, pido disculpas y que se vuelva a leer. El Torrao.


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miércoles, febrero 20, 2008

Cuenca Cuencos

Hace mucho mucho tiempo, cuando todavía no se habían inventado las palabras, vivía un pequeño grupo de hombres primitivos en las praderas de un país que ya no existe. Sus vidas eran tranquilas, pasaban el día recogiendo leña seca para calentarse y recolectando frutos en el bosque, que les servían como alimento y también como tinte para decorar su entorno, sus ropas o sus cuerpos. Convivían en armonía sin más sobresaltos que los provocados por alguna que otra fiera que no se dejaba cazar fácilmente.

Pero llegó un día, en mitad del verano, que amaneció muy nublado, el aire se hacía pesado al respirar y se oían cantos inquietos de muchos pájaros en el bosque. Era de día pero reinaba una gran oscuridad, no llovía pero la tierra que pisaban se sentía diferente. Un pequeño grupo de valientes había salido en busca de algún venado que cazar. En ese ambiente enrarecido todos ellos avanzaban agazapados y en silencio, y con el gesto muy tenso. Se miraban entre sí con desconfianza, y el sólo crujido de las hojas aplastadas por los compañeros que caminaban alrededor resultaban extremecedores.

Entonces los grandes y rectos árboles comenzaron a retorcerse cobrando formas sinuosas entre las penumbras. Los fuertes latidos del grupo y el aliento agónico se agravaron cuando apareció en el cielo, en un claro entre los árboles, un gran dragón de enormes alas y cola afilada. Las erupciones de fuego que expulsó entre sus colmillos atemorizadores, dividieron caóticamente a los cazadores, y empezaron a correr en todas las direcciones. El más joven tropezó y quedó atrapado en el suelo bajo un tronco de árbol que le inmovilizaba las piernas. Entonces el miedo se apoderó de él y la angustia le hacía permanecer de espaldas al peligro escupe-fuego. Permanecía con los ojos cerrados pensando, tal vez, que con ese gesto se libraría del dragón. Pero recordó entonces la manera con que el chamán de su poblado ahuyentaba los malos espíritus y augurios. Así que mantuvo los ojos cerrados haciendo mucha fuerza, dio tres palmadas acompasadas y muy sonoras. Seguidamente cerró los puños con todas sus fuerzas y gritando imitó los sonidos que recordaba del chamán: UUU, OOO, AAA. Por último extendió sus brazos abriendo bien las palmas y estirando bien los dedos. Empezó, poco a poco, a despegar los párpados y, en ese nuevo despertar el sol lucía en lo alto como si hubiese estado haciéndolo toda la mañana, no había rastro del dragón que sólo hacía unos instantes había revolucionado la escena con su presencia, y en su lugar se oían las más alegres melodías de los cánticos de los pájaros. Tampoco quedó ni rastro de la rama que le atrapaba, y un grupo de venados apareció tras los riscos como si nada hubiese ocurrido allí.

Desde entonces, todos los niños del mundo libramos batallas contra nuestros miedos y, siguiendo esos sencillos pasos, logramos salir airosos de todos los contratiempos. Mientras cobramos fuerza y seguridad ante los problemas vamos cayendo en la cuenta de lo efectivo que era aquel sistema sin palabras, sólo con gestos. Comprendemos la importancia de la actitud con la que abordemos nuestras vivencias. Fin.

El Torrao.


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