jueves, julio 16, 2009

Carta a Sofía

Querida Sofía:

Te escribo a escasos días de tu bautizo, cuando mi santo, y por menos religioso que me considere, no oculto mi orgullo de que coincidamos en lo religioso, tu bautizo y mi santo, aunque sólo sea de esa manera indirecta.

Hablando con una de tus tías abuelas pude preguntar hace poco que para qué hay que bautizar a los niños, y se me dijo que es para que vayan al cielo cuando se mueran. Después se me ocurrió plantear si era importante seguir algún tipo de rito concreto, como el católico u otro, o si daba igual a qué cielo se fuera a ir. Ahí la respuesta se tornó casi masónica, y fue que sí, que daba igual, que simplemente había que creer en algo.

Esto me revolucionó la mente y me asaltaban las dudas. Creer en algo, ¿para qué?, ¿da igual en lo que se crea? Entonces ¿por qué cada religión considera la propia como la adecuada o como la única?

Estas preguntas me hicieron reflexionar sobre lo básico de la religión. En general las religiones incitan a la gente a ser buenas personas, a llamar hermanos a los demás, a ayudar a los desfavorecidos, a no creerse con derecho a matar o a robar o a violar; a respetar a los padres, a dedicar tiempo a la reflexión a través de la oración… A este conjunto de normas básicas oirás que se les llama valores, y en todas las religiones se acaba yendo al cielo por seguir tales valores.

Creo que es en el cómic de Mafalda, que te aconsejo leas en cuanto tengas esa habilidad, donde se dice que para inventarte una religión tienes que juntar trascendencia y miedo. Es probable que aún desconozcas estos dos términos abstractos, y no seré yo quien te desvele el miedo, así que sólo te explico la trascendencia.

Lo trascendente, querida sobrina, es lo que queda de nuestras acciones mientras vivimos. Lo que decimos y hacemos resulta que afecta a la realidad, al entorno, a tus queridos y a otras personas; mas es de justicia buscar una figura a la que rendir cuentas en cualquier momento. Alguien o algo que llegado el día sepa juzgar y premiar nuestra bondad o virtud, nuestro buen hacer en compromiso con el fin último del bien común.

Todo este mejunje de pensamientos me llevó a discurrir, hablando con una de tus tías abuelas, que esos llamados valores, son efectivamente esa puerta del cielo, a todos los cielos.

Ir al cielo es aprobar ese examen personal ante alguien o algo que conozca el por qué de nuestras acciones desde la pureza, y sepa vislumbrar nuestro compromiso con los demás y, por ser seres muy iguales, con nosotros mismos. Aquello que oirás llamar muchas veces el “fondo” de las personas…

Ir al cielo, en definitiva, es haber sido buena persona. Y por eso a tu tía abuela no le importa a qué cielo vayas a ir, siempre y cuando vayas a alguno, siempre y cuando seas buena persona…

Después me pregunté acerca de quienes no se bautizan, porque también los hay así ¿sabes?, y conocerás algunos que igualmente han ido o irán a algún cielo desconocido hasta ahora. Y tal vez encuentres ahí una contradicción si pensabas como tu tía abuela que sólo quien se bautiza puede ir a uno de los paraísos estipulados. Es cuando te halles ante esa duda que yo descubrí en aquel momento, cuando deberás acordarte de que tu tío te dijo una vez, en una carta escrita días antes de que te bautizaran, que simplemente es que el cielo no está en el cielo sino mucho más cerca; y también que te acuerdes del nombre con que fuiste bendecida: Sofía.

Tu nombre deberás escribirlo bien claro y siempre empezando en mayúsculas, y también convendría que supieras que significa algo, su etimología griega quiere decir “sabiduría”. Y fomentando tu nombre y su significado como personalidad propia sabrás descubrir, en los sabios griegos o en la sabia Mafalda, que el cielo de verdad está en Alkibiades y en Carlitos, es decir en las vidas de los demás.

Ya que indefectiblemente cambiarás en algún modo la vida de quien te rodea, preocúpate de influenciar con generosidad e influír desde el amor y la bondad. Entonces estarás en el cielo, cuando estés en los demás y sigas viviendo en otras vidas, en otras almas para hacer el bien.

Será que estás en el cielo si te siguen profesando amor aún cuando ya no estés.

Te dejo por último una cuestión que ya me responderás con el tiempo, ¿hace falta haber muerto para ir al cielo?

El Torrao