viernes, diciembre 04, 2009

¿De quién es Internet?

Por fin está llegando a las conciencias de la gente de la calle todo ese gran universo que conforman las últimas nuevas tecnologías. Es habitual, hoy día, oír un mp3 en el i-pod leyendo los últimos sms registrados en la tarjeta sim. E igualmente común es abrir el laptop, mandar emails borrando spams, y navegar por la web buscando freewares como si fuésemos hackers...

Hemos tardado poco en hacernos con estos nuevos aparatos que, se han hecho vitales en nuestras vidas y se han convertido en imprescindibles. Cabe cuestionar en este punto, una vez más, nuestro papel en el momento que ocupamos en la historia como conjunto de seres. No nos inmiscuiremos demasiado en los asuntos filosóficos o trascendentales del asunto, ¿quiénes somos y adónde vamos?, más bien queremos reflexionar parados durante un momento en lo antropológico de la cuestión. Es decir, el eslabón que ostentamos en la historia desde el hombre primitivo hasta el último súper-hombre que permita la evolución, en ese punto medio en el que nos podemos encontrar ahora, como conjunto de humanidad, nos sitúa en una situación algo preocupante, si nos referimos a nuestro fin último en la vida. Si en otras épocas lejanas el hombre se preocupaba por sobrevivir a los peligros de fieras, enfermedades, guerras, etcétera, parece que los hombres de ahora buscamos algo tan grato, y a la misma vez, tan baladí como es la comodidad.

Por otro lado, y volviendo a retomar esas nuevas ventajas que disfrutamos gracias a esos aparatos que “cómodamente” hemos aceptado, parece que nos cuesta adaptarnos a la idea general de lo que representa. Se nos está haciendo un universo incontrolable entre nuestros dedos diminutos, y ni siquiera hemos sabido adaptar estos términos anglosajones a nuestra lengua de manera convincente.

Ahora que se nos ha creado otra realidad sin que lo hayamos sabido ni nadie nos haya preguntado, se nos plantea la siguiente pregunta: ¿cómo lo legislamos?. Pero Internet ya es muy grande, ya es bastante mayor y ya hay demasiadas bibliotecas, álbumes, tablas de datos, tiendas, etcétera como para borrarlo todo y empezar de nuevo. Habría demasiados puntos para resolver dispuestos en el orden del día, tales como decidir si Internet es comunista o capitalista, o si el idioma oficial tiene que ser el inglés o el esperanto, o si hay que sacarse una licencia en alguna escuela especial, o ya puestos, de qué religión son los bits en la red... Los debates potencialmente posibles tienden a infinito, y las barbaridades que probablemente se proferirían a más todavía que infinito...

La red ya está hecha y se ha ido haciendo sola, y ha escapado a censuras y controles sobre ella, más allá del propio del sistema que nos sitúa a todos en igualdad de condiciones en forma de colas de peticiones.

Desde que se empezó a popularizar Internet ha sido, desde siempre un espacio donde buscarse la vida. Una herramienta perfecta para quienes se adelantan a las leyes impuestas por los distintos poderes, y acaban vendiendo por una millonada un sitio web sólo por el nombre (caso Hipercor, y otros tantos). Todos esos estudiantes que desde hace años realizan los trabajos a base de “copiar y pegar” han podido ahorrar más tiempo y alcanzar a más información que los demás con relativo esfuerzo. Y aquellos frenéticos abre-pestañas y ansiosos responde-encuestas, que iban recibiendo muestras gratuitas o ganaban dinero o se aprovechaban de ofertas exclusivas en el otro lado del mundo gracias a tener conexión a Internet, escriben ahora libros de cómo implantar negocios que sólo existen virtualmente...

Internet ha dado mucho a muchos, en muchos sitios y durante mucho tiempo, y está siendo un medio de comunicación muy efectivo que nos facilita enormemente nuestras gestiones laborales, personales, familiares y de casi cualquier ámbito.

Tras el ataque al World Trade Center, Estados Unidos, y una gran lista de países después, motivados por la “seguridad” hicieron censurar parte de los mapas incluidos en el muy extendido Google Earth. Se eliminaron las fotos aéreas de zonas sensibles, tales como el Pentágono o el CNI español. Lo cierto es que al ser un programa instalable, todos los usuarios que ya tenían tal software, siguen pudiendo ver muchas de las imágenes que se obvian hoy.

El Parlamento Europeo hace unos años nos dio un pequeño mordisco a los europeos y nuestras libertades en forma de ley que acababa permitiendo a los operadores guardar nuestras comunicaciones telefónicas y de correo electrónico durante meses por si un juez quiere reclamar tal información en el futuro. No hubieron entonces grandes protestas, presumiblemente por la aceptación popular de perseguir terroristas y pederastas que puedan nunca usar la red para fines gravemente delictivos. Así que no se le dio más importancia que a las cámaras de vigilancia, o a que se prohíba portar líquidos en los aviones.

En Internet las leyes las han ido creando las propias páginas, los diferentes contenidos que nos han ido ofreciendo, y a la velocidad del más adelantado. Es también, una buena plataforma comercial para hacer negocio a costa de la ignorancia general, y si una empresa gana dinero desarrollando antivirus, otra puede hacerlo creándolos; si alguna compañía vende el entorno operativo para utilizar Internet a más de cien euros, podría aparecer otra que lo mejorara y posteriormente regalara; o si alguien diera con un algoritmo de búsqueda que pudiera tener algo que ver con la lógica humana, puede venir otro y comprar todas las acciones. Por último, si hay un país que limita el acceso de sus habitantes a algún sitio web concreto, puede haber personas anónimas que averigüen la forma de saltarse las restricciones, ya que suele haber una manera de abrir cualquier puerta.

Así que, sabiendo que esto es universal y que no podemos abrir y cerrar las fronteras cuando queramos ¿quién puede y debe legislar la red? ¿los americanos? ¿los que se quedaron fuera de Internet? ¿los capricornio?... Parece evidente que las empresas en la red, están fiscalizadas en un país en el mapa, así que está claro que deberán comprar y vender acogiéndose a las leyes de aquel estado. Y así viene haciéndose últimamente.

Las recientes noticias hablan de que franceses y británicos preparan sendas leyes que permitan la intromisión del Estado en el tráfico registrado por los usuarios en Internet, y la supresión del servicio al tercer aviso de exceso de descargas. Es aquí donde estas leyes llegan tarde a lo que pretenden acaparar, y los estados se arrodillan ante la súplica de compañías discográficas que no saben ni quieren competir con las copias de baja calidad que circulan en Internet. De hecho si buscamos una película en un buscador, puede que obtengamos más resultados de webs para descargar un archivo de copia de baja calidad de forma gratuita, que sitios oficiales que faciliten un dvd original con extras, folletos, subtítulos, etcétera.

Los provedores de servicio de Internet, osea, las compañías que nos proporcionan la conexión y nos dan todas esas claves raras, en algunos casos cobran diferentes franjas de precios a sus clientes por descargar más o menos cantidad de información al ciber-espacio. De modo que existe la contradicción, si se penaliza jurídicamente a un usuario por descargar lo que no debe o hacerlo con exceso, en que no parece muy lógico que sea ilegal y perseguido hacer algo por lo que se paga como servicio contratado.

No se en qué momento alguien creó la SGAE, cuyo foco de crítica suele ser el hecho de ser una empresa privada y no la administración del Estado quien gestione los intereses de los creadores (cuya principal fuente de ingresos son las ayudas gubernamentales), además de ciertas irregularidades e injusticias que ponen en peligro serio el acceso popular a la cultura. Y es injusto el llamado “canon” que nos cobra anticipadamente por si acaso queremos grabar algo con derechos en un cd, lo hagamos o no finalmente.

Cuando empezaron a surgir en España los programas de “zapping” en la tele, se sentenció que la información audiovisual que se publica es pública, y como tal puede ser tratada por otros. Así que cualquiera puede colgar en su blog una foto de Zapatero en compañía de sus hijas, si ésta se publicó en algún otro medio público, basta sólo con citar la fuente. Y esta idea está tan aceptada y es tan sumamente común contar con información referenciada, repetida en innumerables máquinas, que intentar llevar a cabo una censura efectiva sobre una foto o una canción concreta se hace inabarcable tecnológicamente hablando. Sencillamente no se puede controlar qué se hace con un archivo, o cuánto se conserva en el disco duro de un usuario, o cuántas copias se hacen del mismo. Habría que ir casa por casa, ordenador por ordenador, y comprobarlo. Además, las huellas que uno deja en Internet acaban siempre en un ordenador, en una dirección IP; es decir, basta con usar un terminal en un locutorio o de una cafetería con wi-fi para no ser nunca encontrado.

Lars Ulrich, batería de Metallica, se hizo más celebre de lo que ya era por ser el rostro conocido que denunció y consiguió cerrar Napster, más tarde le siguió con la misma suerte Audiogalaxy, y las factorías musicales no han parado de esforzarse en tratar de frenar las redes p2p, torrent y lo que surja. La justicia ha visto muchas veces contradicciones y limitaciones tecnológicas, y si había sido fácil o barato, que tampoco es que lo fuera, cerrar servidores de webs que ofrecían gran cantidad de ficheros almacenados en un ordenador localizado y accesible, no es sencillo en el caso de las redes de pares, ya que no existe tal servidor y la información está dispersa por las computadoras que usen el programa en tiempo real. Y naturalmente, se puede cerrar un ordenador por grande que sea, pero millones de ellos es demasiado complicado. De modo que, finalmente algunas compañías desisten, ya que pierden más dinero en perseguir a los ladrones de lo que reclaman.

En conclusión, parece que lo que les queda a las distribuidoras de música y cine es competir, pues no pueden hacer mucho más. Algo muy fácil, por cierto, como ofrecer canciones o películas originales y de gran calidad, que se pueda adaptar a los formatos y posibilidades que busca el usuario en forma de extras.

No parece contradictorio que alguien se baje gratuitamente una película de la que todo el mundo habla y, al parecerle adecuada para sus hijos, sobrinos o nietos, la compre para regalo con especial cariño, o pueda después buscar los muñecos o las pegatinas oficiales por los que también tenga que pagar, y lo haga gustosamente.

Y si hablamos del trabajo de algún grupo de música, cada vez son más los artistas que facilitan en Internet algún adelanto gratuito o incluso la descarga total, llegando a gran número de público y cobrando publicidad de banners, por ejemplo. Pero situándonos en el caso de un artista bajo sistema de venta tradicional (ajenos a Internet); pongamos que me gusta una canción que he oído en la televisión o en la radio, supongo que la discográfica no espera que vaya corriendo a gastarme alrededor de quince euros en un disco que no se bien si me gusta. Lo compraré si lo oigo entero y también incluye algún vídeo, o entrevistas, o borradores y notas del autor, o si tiene garantía de por vida, o todo a la vez... Lo que es competir, aunque contando con la ventaja de vender el original.

Es como si hubiesen confundido esa nuestra comodidad de la que hablábamos al principio y que perseguimos en la vida moderna, y en vez de ofrecerla se la han adaptado. La idea consistía, más bien en dar facilidades al usuario, y no oponerse al avance temerario del ritmo de la sociedad.

El consumidor de ocio en forma de películas y música ha cambiado, y ahora tiene acceso a mucha más variedad que antes. Algo que debería ser una ventaja, pero acaba siendo un motivo de queja por parte de quien se niega a aceptar eso de dar la razón a los gustos del cliente.

Igual ocurre que en los últimos tiempos se ha venido engordando una especie de burbuja, similar a la inmobiliaria, que ha afectado a la industria musical y cinematográfica en nuestro país. Tal vez lo que pasa es que la competencia les ha dejado pequeños, y resulta que esos artistas modestos que regalan su trabajo, luego reciben críticas igual de buenas, premios igual de suculentos, y resulta que son más conocidos y en más sitios y, qué casualidad, acaban dando más conciertos, en el caso de los músicos. Tal vez sucede que a partir de ahora se paga sólo por lo bueno de verdad, y la música enlatada es ya demasiado fácil de obtener, incluso sabemos los programas informáticos que utilizan para ello, así que hasta lo podríamos intentar nosotros mismos. Por no hablar de las series de ficción que se crean para Internet, y que acaban negociando contratos con productoras, recogiendo premios importantes, exportando actores...

Lo que vivimos en definitiva, es un cambio, y es mayor y más traumático para los viejos profesionales del sector, que para los nuevos o los ajenos, pues éstos últimos ya llevaron a cabo tal cambio.

El Torrao.