jueves, mayo 01, 2008

El nacimiento de Sleipnir

ACTO PRIMERO

Narrador: Al principio de la Edad Vikinga, en el reino superior de Asgard, los Dioses se veían algo desprotegidos en un entorno que se tornaba militar tras los recientes y violentos encuentros con los gigantes. Se sentían frenéticamente intranquilos, pues la llanura que habitaban no contaba con defensas ante posibles enemigos. Pero la preocupación hizo oportuno el advenimiento de un jinete que cabalgaba desde tierras lejanas y parecía poder ayudar.

Se abre el telón y aparecen en escena un comité de dioses longevos, vestidos con túnicas y ropajes con aire erudito y con gesto afligido, en compañía de un guerrero claramente extranjero.

Jinete: Será una gran muralla — les anuncia —, una barrera inconquistable para enemigos malintencionados. No más allá de dieciséis meses habrán pasado, que vuestras preocupaciones quedarán sepultadas.
Odín: ¿Y cuál será el precio de tal hazaña? — pregunta Odín el sabio serenamente —.
Jinete: Tan sólo la diosa Freya como esposa — contesta el desconocido como si de una cortesana hablara —. Y también el Sol y la Luna.

Narrador: Los dioses se enfurecieron ante semejante osadía, y habrían echado al hombre fuera de Asgard por atreverse a pensar que una hermosa deidad como Freya podía cambiarse por un trabajo de albañilería. Pero Loki quiso negociar.

Loki: Si puedes edificar la muralla en seis meses, trato hecho. — Se apresura enseguida a dominar las expresiones de sorpresa ante tal asunto, y susurra al divino consejo — En seis meses tan sólo podrá ser capaz de construir la mitad, pero al menos ésta no nos supondrá coste alguno.

Narrador: El foráneo alarife dirigió su mirada hacia la joven Freya, quien se bañaba en lágrimas de oro, quedó deslumbrado un momento y aceptó finalmente; solicitó únicamente cuidados para su caballo, su viejo compañero que le era vital en semejante empresa.

Narrador: Durante todo ese invierno, el extraño cabalgador trabajó duramente, y con la ayuda de su leal y aguerrido percherón acarreó suficientes piedras para levantar una gran muralla infranqueable alrededor de Asgard. Al llegar la florida primavera, la construcción iba muy avanzada y el tiempo se convertía en una soga para los dioses, pero puesta en el delicado cuello de Freya.

Odín: Imprudente de ti, Loki — reprende Odín enfurecido — creíste engañar a un embaucador, pensabas servirte de tus divinos talentos dando por amplia tu ventaja. Pues viendo que no es así, la responsabilidad te llama y precisa de tales talentos los tuyos. No pudiérase permitir que Freya fuera nunca esposa de tal hombre, quien además se viene sospechando como un gigante disfrazado. Y ni nombrare a los dioses supremos, el Sol y la Luna, y la sola posibilidad de perderlos en temeraria apuesta. A tus artes apremio a evitar dejarnos encerrados en media muralla sin diosa del amor y la sabiduría, sin el Sol, sin la Luna y con hondo oprobio. El honor... Altas cuestiones que aquí se ponen en juego y deberás pensar en partir exiliado.

Narrador: Loki reflexionó acariciando despacio sus luengas barbas y concluyó que había que tratar de engañar a un pícaro.

Loki: Concluiréis como yo que depende de su montura, pues aún tratándose de un burdo rocín, el abyecto rufián podría dejar de cumplir su parte de lo acordado si le falta la bestia.

Se cierra el telón. Con el telón abajo se oye la voz del narrador.

Narrador: Loki había sido bendecido con la facultad de la metamorfosis, y una ocasión siendo de noche, bajo el abrigo de la diosa Luna y, transformado en hermosa yegua, sedujo hacia sí al animal del obrero. Al despertar, aquel hombre taimado era sólo un recuerdo, y se encontraba ahora encolerizado al no verse capaz de acabar la edificación a tiempo teniendo que trabajar él solo. — Se oyen gritos desesperados —. En tal momento tenso, los peores presagios de los sabios se confirmaron al descubrir bajo ingenioso disfraz un gigante, gran enemigo de los dioses revelado a los rayos del Sol.

Se oye gran revuelo.

Narrador: Thor, nervudo hijo de Odín, se dirigió valientemente al encuentro del gigante y le confirió un fuerte golpe en el cráneo con el martillo de Miollnir. — Se oye un golpe seco, y otro después más perturbado —. Una vez neutralizado en gigante problema, Loki consideró seguro volver a Asgard y trajo consigo a Sleipnir, un extraño caballo gris dotado con ocho largas patas, que quiso ofrecer como obsequio a Odín.

Se abre el telón y aparecen en escena los personajes debidamente caracterizados.

Loki: Caballo alguno igualará jamás en velocidad a éste. No hallárase ni lejos que se buscara, bestia capaz de igualar a Sleipnir o compararse con su excelsa vigorosidad, ni menos aún que pudiera intentar competir en fuerza o resistencia. Es capaz de ir frenéticamente de un extremo a otro del horizonte tantas veces como para recorrer sin descanso los ocho vientos que soplan desde sus respectivos puntos cardinales. Este hierático animal cabalga igual por tierra, que por mar, que por aire. Serás prudente cuando conozcas también que, montando un aparentemente ordinario caballo, pudieras llegar a pisar la Tierra donde moran los Muertos y de nuevo vuelta aquí. Sabrás acometer tal asunto, lo que se ha llamado Asgardreid, con suma cautela.

Odín: Acepto tu honorable regalo en amable gesto tuyo, pero no como quien recibe un recuerdo ornamental, sino como quien asume una nueva condición para con el deber. Mi camino procurará ahora memorables aventuras y proezas montado en tan noble corcel, que saciarán tu conciencia y nos darán buen nombre. ¡Por Sol que este digno trotón y yo mismo seremos los guardianes de la Luna!

Se cierra el telón.

FIN ACTO PRIMERO

El Torrao.



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