viernes, diciembre 04, 2009

¿De quién es Internet?

Por fin está llegando a las conciencias de la gente de la calle todo ese gran universo que conforman las últimas nuevas tecnologías. Es habitual, hoy día, oír un mp3 en el i-pod leyendo los últimos sms registrados en la tarjeta sim. E igualmente común es abrir el laptop, mandar emails borrando spams, y navegar por la web buscando freewares como si fuésemos hackers...

Hemos tardado poco en hacernos con estos nuevos aparatos que, se han hecho vitales en nuestras vidas y se han convertido en imprescindibles. Cabe cuestionar en este punto, una vez más, nuestro papel en el momento que ocupamos en la historia como conjunto de seres. No nos inmiscuiremos demasiado en los asuntos filosóficos o trascendentales del asunto, ¿quiénes somos y adónde vamos?, más bien queremos reflexionar parados durante un momento en lo antropológico de la cuestión. Es decir, el eslabón que ostentamos en la historia desde el hombre primitivo hasta el último súper-hombre que permita la evolución, en ese punto medio en el que nos podemos encontrar ahora, como conjunto de humanidad, nos sitúa en una situación algo preocupante, si nos referimos a nuestro fin último en la vida. Si en otras épocas lejanas el hombre se preocupaba por sobrevivir a los peligros de fieras, enfermedades, guerras, etcétera, parece que los hombres de ahora buscamos algo tan grato, y a la misma vez, tan baladí como es la comodidad.

Por otro lado, y volviendo a retomar esas nuevas ventajas que disfrutamos gracias a esos aparatos que “cómodamente” hemos aceptado, parece que nos cuesta adaptarnos a la idea general de lo que representa. Se nos está haciendo un universo incontrolable entre nuestros dedos diminutos, y ni siquiera hemos sabido adaptar estos términos anglosajones a nuestra lengua de manera convincente.

Ahora que se nos ha creado otra realidad sin que lo hayamos sabido ni nadie nos haya preguntado, se nos plantea la siguiente pregunta: ¿cómo lo legislamos?. Pero Internet ya es muy grande, ya es bastante mayor y ya hay demasiadas bibliotecas, álbumes, tablas de datos, tiendas, etcétera como para borrarlo todo y empezar de nuevo. Habría demasiados puntos para resolver dispuestos en el orden del día, tales como decidir si Internet es comunista o capitalista, o si el idioma oficial tiene que ser el inglés o el esperanto, o si hay que sacarse una licencia en alguna escuela especial, o ya puestos, de qué religión son los bits en la red... Los debates potencialmente posibles tienden a infinito, y las barbaridades que probablemente se proferirían a más todavía que infinito...

La red ya está hecha y se ha ido haciendo sola, y ha escapado a censuras y controles sobre ella, más allá del propio del sistema que nos sitúa a todos en igualdad de condiciones en forma de colas de peticiones.

Desde que se empezó a popularizar Internet ha sido, desde siempre un espacio donde buscarse la vida. Una herramienta perfecta para quienes se adelantan a las leyes impuestas por los distintos poderes, y acaban vendiendo por una millonada un sitio web sólo por el nombre (caso Hipercor, y otros tantos). Todos esos estudiantes que desde hace años realizan los trabajos a base de “copiar y pegar” han podido ahorrar más tiempo y alcanzar a más información que los demás con relativo esfuerzo. Y aquellos frenéticos abre-pestañas y ansiosos responde-encuestas, que iban recibiendo muestras gratuitas o ganaban dinero o se aprovechaban de ofertas exclusivas en el otro lado del mundo gracias a tener conexión a Internet, escriben ahora libros de cómo implantar negocios que sólo existen virtualmente...

Internet ha dado mucho a muchos, en muchos sitios y durante mucho tiempo, y está siendo un medio de comunicación muy efectivo que nos facilita enormemente nuestras gestiones laborales, personales, familiares y de casi cualquier ámbito.

Tras el ataque al World Trade Center, Estados Unidos, y una gran lista de países después, motivados por la “seguridad” hicieron censurar parte de los mapas incluidos en el muy extendido Google Earth. Se eliminaron las fotos aéreas de zonas sensibles, tales como el Pentágono o el CNI español. Lo cierto es que al ser un programa instalable, todos los usuarios que ya tenían tal software, siguen pudiendo ver muchas de las imágenes que se obvian hoy.

El Parlamento Europeo hace unos años nos dio un pequeño mordisco a los europeos y nuestras libertades en forma de ley que acababa permitiendo a los operadores guardar nuestras comunicaciones telefónicas y de correo electrónico durante meses por si un juez quiere reclamar tal información en el futuro. No hubieron entonces grandes protestas, presumiblemente por la aceptación popular de perseguir terroristas y pederastas que puedan nunca usar la red para fines gravemente delictivos. Así que no se le dio más importancia que a las cámaras de vigilancia, o a que se prohíba portar líquidos en los aviones.

En Internet las leyes las han ido creando las propias páginas, los diferentes contenidos que nos han ido ofreciendo, y a la velocidad del más adelantado. Es también, una buena plataforma comercial para hacer negocio a costa de la ignorancia general, y si una empresa gana dinero desarrollando antivirus, otra puede hacerlo creándolos; si alguna compañía vende el entorno operativo para utilizar Internet a más de cien euros, podría aparecer otra que lo mejorara y posteriormente regalara; o si alguien diera con un algoritmo de búsqueda que pudiera tener algo que ver con la lógica humana, puede venir otro y comprar todas las acciones. Por último, si hay un país que limita el acceso de sus habitantes a algún sitio web concreto, puede haber personas anónimas que averigüen la forma de saltarse las restricciones, ya que suele haber una manera de abrir cualquier puerta.

Así que, sabiendo que esto es universal y que no podemos abrir y cerrar las fronteras cuando queramos ¿quién puede y debe legislar la red? ¿los americanos? ¿los que se quedaron fuera de Internet? ¿los capricornio?... Parece evidente que las empresas en la red, están fiscalizadas en un país en el mapa, así que está claro que deberán comprar y vender acogiéndose a las leyes de aquel estado. Y así viene haciéndose últimamente.

Las recientes noticias hablan de que franceses y británicos preparan sendas leyes que permitan la intromisión del Estado en el tráfico registrado por los usuarios en Internet, y la supresión del servicio al tercer aviso de exceso de descargas. Es aquí donde estas leyes llegan tarde a lo que pretenden acaparar, y los estados se arrodillan ante la súplica de compañías discográficas que no saben ni quieren competir con las copias de baja calidad que circulan en Internet. De hecho si buscamos una película en un buscador, puede que obtengamos más resultados de webs para descargar un archivo de copia de baja calidad de forma gratuita, que sitios oficiales que faciliten un dvd original con extras, folletos, subtítulos, etcétera.

Los provedores de servicio de Internet, osea, las compañías que nos proporcionan la conexión y nos dan todas esas claves raras, en algunos casos cobran diferentes franjas de precios a sus clientes por descargar más o menos cantidad de información al ciber-espacio. De modo que existe la contradicción, si se penaliza jurídicamente a un usuario por descargar lo que no debe o hacerlo con exceso, en que no parece muy lógico que sea ilegal y perseguido hacer algo por lo que se paga como servicio contratado.

No se en qué momento alguien creó la SGAE, cuyo foco de crítica suele ser el hecho de ser una empresa privada y no la administración del Estado quien gestione los intereses de los creadores (cuya principal fuente de ingresos son las ayudas gubernamentales), además de ciertas irregularidades e injusticias que ponen en peligro serio el acceso popular a la cultura. Y es injusto el llamado “canon” que nos cobra anticipadamente por si acaso queremos grabar algo con derechos en un cd, lo hagamos o no finalmente.

Cuando empezaron a surgir en España los programas de “zapping” en la tele, se sentenció que la información audiovisual que se publica es pública, y como tal puede ser tratada por otros. Así que cualquiera puede colgar en su blog una foto de Zapatero en compañía de sus hijas, si ésta se publicó en algún otro medio público, basta sólo con citar la fuente. Y esta idea está tan aceptada y es tan sumamente común contar con información referenciada, repetida en innumerables máquinas, que intentar llevar a cabo una censura efectiva sobre una foto o una canción concreta se hace inabarcable tecnológicamente hablando. Sencillamente no se puede controlar qué se hace con un archivo, o cuánto se conserva en el disco duro de un usuario, o cuántas copias se hacen del mismo. Habría que ir casa por casa, ordenador por ordenador, y comprobarlo. Además, las huellas que uno deja en Internet acaban siempre en un ordenador, en una dirección IP; es decir, basta con usar un terminal en un locutorio o de una cafetería con wi-fi para no ser nunca encontrado.

Lars Ulrich, batería de Metallica, se hizo más celebre de lo que ya era por ser el rostro conocido que denunció y consiguió cerrar Napster, más tarde le siguió con la misma suerte Audiogalaxy, y las factorías musicales no han parado de esforzarse en tratar de frenar las redes p2p, torrent y lo que surja. La justicia ha visto muchas veces contradicciones y limitaciones tecnológicas, y si había sido fácil o barato, que tampoco es que lo fuera, cerrar servidores de webs que ofrecían gran cantidad de ficheros almacenados en un ordenador localizado y accesible, no es sencillo en el caso de las redes de pares, ya que no existe tal servidor y la información está dispersa por las computadoras que usen el programa en tiempo real. Y naturalmente, se puede cerrar un ordenador por grande que sea, pero millones de ellos es demasiado complicado. De modo que, finalmente algunas compañías desisten, ya que pierden más dinero en perseguir a los ladrones de lo que reclaman.

En conclusión, parece que lo que les queda a las distribuidoras de música y cine es competir, pues no pueden hacer mucho más. Algo muy fácil, por cierto, como ofrecer canciones o películas originales y de gran calidad, que se pueda adaptar a los formatos y posibilidades que busca el usuario en forma de extras.

No parece contradictorio que alguien se baje gratuitamente una película de la que todo el mundo habla y, al parecerle adecuada para sus hijos, sobrinos o nietos, la compre para regalo con especial cariño, o pueda después buscar los muñecos o las pegatinas oficiales por los que también tenga que pagar, y lo haga gustosamente.

Y si hablamos del trabajo de algún grupo de música, cada vez son más los artistas que facilitan en Internet algún adelanto gratuito o incluso la descarga total, llegando a gran número de público y cobrando publicidad de banners, por ejemplo. Pero situándonos en el caso de un artista bajo sistema de venta tradicional (ajenos a Internet); pongamos que me gusta una canción que he oído en la televisión o en la radio, supongo que la discográfica no espera que vaya corriendo a gastarme alrededor de quince euros en un disco que no se bien si me gusta. Lo compraré si lo oigo entero y también incluye algún vídeo, o entrevistas, o borradores y notas del autor, o si tiene garantía de por vida, o todo a la vez... Lo que es competir, aunque contando con la ventaja de vender el original.

Es como si hubiesen confundido esa nuestra comodidad de la que hablábamos al principio y que perseguimos en la vida moderna, y en vez de ofrecerla se la han adaptado. La idea consistía, más bien en dar facilidades al usuario, y no oponerse al avance temerario del ritmo de la sociedad.

El consumidor de ocio en forma de películas y música ha cambiado, y ahora tiene acceso a mucha más variedad que antes. Algo que debería ser una ventaja, pero acaba siendo un motivo de queja por parte de quien se niega a aceptar eso de dar la razón a los gustos del cliente.

Igual ocurre que en los últimos tiempos se ha venido engordando una especie de burbuja, similar a la inmobiliaria, que ha afectado a la industria musical y cinematográfica en nuestro país. Tal vez lo que pasa es que la competencia les ha dejado pequeños, y resulta que esos artistas modestos que regalan su trabajo, luego reciben críticas igual de buenas, premios igual de suculentos, y resulta que son más conocidos y en más sitios y, qué casualidad, acaban dando más conciertos, en el caso de los músicos. Tal vez sucede que a partir de ahora se paga sólo por lo bueno de verdad, y la música enlatada es ya demasiado fácil de obtener, incluso sabemos los programas informáticos que utilizan para ello, así que hasta lo podríamos intentar nosotros mismos. Por no hablar de las series de ficción que se crean para Internet, y que acaban negociando contratos con productoras, recogiendo premios importantes, exportando actores...

Lo que vivimos en definitiva, es un cambio, y es mayor y más traumático para los viejos profesionales del sector, que para los nuevos o los ajenos, pues éstos últimos ya llevaron a cabo tal cambio.

El Torrao.


martes, septiembre 15, 2009

Contra Periolistos y Politiquillos

Había tenido algunas referencias en contra y a favor de un espacio televisivo titulado “El gato al agua”. Y hoy mismo me lo he encontrado en uno de esos barridos que se hacen por los diversos canales, haciendo uso del poderoso mando a distancia del televisor, pasando por las diferentes propuestas que se encuentran en emisión, en anhelante búsqueda de algo mejor o más interesante.

Es un programa de esos llamados “tertulias”, irónico sustantivo para identificar eso que resulta de quitarle a un debate cualquier atisbo de neutralidad, y aún así disfrazarlo de debate, tan común en la parrilla televisiva. Este lo conduce un señor de mediana edad, sin atisbo de calvicie o aparición de la mínima cana bajo el tinte, y con una voz y unas costumbres semánticas que le delatan como curtido locutor de radio. Con gesto impávido el hombre, excesivamente maquillado, mira a la cámara fijamente mientras habla en exquisita entonación, dando la palabra a su izquierda y derecha, a los diferentes participantes, de manera algo desigual, si acaso.

En una emisora audiovisual llamado Intereconomía, si uno se entera de que van a llevar a cabo un debate a cinco bandas sobre la crisis, puede tener la tentación de imaginar que encontrará unos tertulianos de insuperable calibre en lo que a economía se refiere. Se puede uno poner a divagar si tal vez tendrá la oportunidad de oír a algún catedrático, o tal vez a alguien súper-galardonado en los foros más prestigiosos… Estos de Intereconomía pintarían adecuados para eso, y podría caber esperarse. Sobre todo porque lo anterior que recordamos de este canal, es ver índices bursátiles moviéndose en la tele, sin meterse en los problemas de las guerras de los medios que se batallaban en otros lugares.

Pues nada de eso, el panorama que uno encuentra, desde el primer guiño por parte del moderador, es totalmente diferente a cualquier colección de eruditos que uno pueda haber soñado.

La mesa de oradores está compuesta por dos militantes del Partido Popular, uno de Unión, Progreso y Democracia1, una Periodista conocida columnista y habitual opinadora a sueldo en este tipo de parlamentos televisados , y un último Periodista al que desconocía, y que presenta una imagen elegante, al estilo italiano, con perilla de Mosquetero.

Para amenizar la conversación, y de paso evitar la sequedad de la boca de los contertulios, se les dispone a todos los participantes de una copa de vino tinto frente a ellos, para que vayan dando sorbos entre una intervención y otra. Diría yo que lo de hacer botellón en la tele es un acto de rebeldía hacia esa tendencia de eliminar de las emisoras, al menos visiblemente, los presentadores ahumados por el tabaco, o echando tragos a una copa de graduación considerable para acabar hablando a voces del mineralismo2 y su llegada inminente... Parece que este canal, Intereconomía, la cadena del toro bravo que enviste cojo, aboga por volver a las viejas costumbres televisivas.

En último lugar, me gustaría fijarme en la figura de Marian, la chica de los planos cortos. Se trata de una joven con ojos luminosos y gesto impertérrito que se encarga de informar sobre el estado de las respuestas de los espectadores acerca de la pregunta del día, y al final del programa es quien otorga a uno de los participantes el ansiado “gato al agua”, un muñeco aparentemente adquirido en un bazar asiático de bajo coste, que se adquiere por votación popular a través de los mensajes desde los teléfonos móviles de la gente. Acerca de esta mujer, me cabe preguntarme sobre la necesidad de su presencia y lo que realmente aporta a la escena que no sea machismo desbordado, y sólo reparo en sus ojos brillantes como respuesta a mi duda, dentro de nada le pondrán un escotazo, que nos indicará a los espectadores el porcentaje de audiencia del día anterior. Se me pasa por la mente la expresión “mujer florero” y se me antoja la Pilar Rubio de Intereconomía, a la que le han ahorrado hasta el hablar, por si les salía con la voz ultrasónica de la reportera de la Sexta.

El programa, naturalmente, es un insulto al Periodismo en sentido purista. Y digo naturalmente porque últimamente es lo que se espera. 59 segundos, Alto y Claro, La Noria… hay muchos y todos son lo mismo: apología de la bronca, con una única posible diferencia que se resuelve a los dos minutos de visionado: la tendencia política del medio en cuestión. Ahí se fomenta el canibalismo hacia el contrario, se incita soltar la barbaridad más innecesaria defendiendo lo indefendible y queriendo ser más papista que el Papa mismo. Se plantean contextos donde el moderador toma parte, se presenta un desequilibrio manifiesto en cuanto a partidarios de las dos posiciones (PP vs. PSOE), que también es una lástima que no suela haber diversidad y no se cuente habitualmente con los grupos minoritarios.

Si un estudiante de primer curso de una facultad de Periodismo, en ejercicio vocacional y entusiasta, se dispone a contar adjetivos y sustantivos mientras atiende a estos programas, o a cronometrar el tiempo que se les brinda a unos y a otros, podría escribir su tesis sobre ética periodística en diez minutos.

Son ellos, los periodistas titulados, los que aceptando sus propias reglas, se comprometen al rigor de la información, y no veo por qué no tengan que cumplirlo. Para más inri, si alguien les critica y les advierte de lo malévolo de mezclar opinión con información, ellos se indignan y ponen el grito en el cielo enarbolando la bandera de la libertad de expresión… ¡caramba, no es esa la única libertad que entra en juego!

Ese derecho lo tenemos los ciudadanos como individuos, por su puesto. Ahora bien, éste se ve condicionado hasta el punto de poder ser obviado si entra en conflicto con los derechos de otros. Esa es la razón por la cual un juez o un abogado no pueden airear datos sensibles que concurren en los juzgados y que conciernen a terceras personas. Así como a un médico no se le permite dedicarse a relatar quién ha sufrido tal enfermedad, o como un sacerdote que debe ser discreto con los secretos a los que pueda tener acceso en un confesionario. Tampoco a un Ingeniero aeronáutico se le puede ocurrir mandar por email a sus contactos el último diseño del proyecto de tal avión espía, ni un banquero podría pensar en compartir con alguien los números más secretos de la entidad para la que trabaja. De modo que todos como ciudadanos tenemos unos derechos, pero éstos cambian y son otros en el ejercicio responsable de nuestro trabajo. Y en el caso de los Periodistas lo que prima es el derecho a la Información veraz y neutral con la que cuentan los lectores, oyentes o telespectadores.

No sé qué ha pasado con la televisión y los medios de comunicación en general, pero alguien se los ha cargado del todo y se ha llevado lo peor de “Aquí hay tomate” y similares, al periodismo político mínimamente serio. En algún momento entre la Transición y los días que vivimos, hemos convertido los medios de prensa en medios de promoción política sectaria. Es decir, las televisiones, las radios, los periódicos, son hoy por hoy Tele-PP o Tele-PSOE.

Y son personas de carne y hueso las que están detrás de todo. Son gentes con familia, como cualquiera, criados en cualquier barrio de cualquier ciudad. Gentes a quienes se les presuponen virtudes intrínsecas en los estudios de Periodismo. Pero un día decidieron traficar con su propio espíritu crítico, ese con el que soñaban les daría fama y prestigio...

Si desde finales de los setenta el Periodismo español, pudiéramos decir que venía contribuyendo al asentamiento del Sistema Democrático español de forma pacífica, a día de hoy tenemos que darnos cuenta de que el panorama ha cambiado radicalmente, y los ángeles se han caído y son hoy demonios. Eran tiempos en que los medios eran independientes, en que se podía decir la verdad porque no se jugaban nada más que la propia dignidad profesional. Pero supongo que todos tenemos un precio…

Así que lo que se podía haber convertido en un panorama periodístico apasionante, con vocación y capacidad de despertar reflexión en la opinión pública, cada vez más numerosa en el mínimo nivel cultural, ha acabado siendo un compendio de grupos de comunicación totalmente vendidos, sectarios y autocensurados hasta lo ridículo3. Los mismos que honraron su profesión animando a conciliar las llamadas “dos Españas”, se empeñan ahora en volver a las andadas y separarnos cada vez más, aunque sea de manera artificial.

Me hierve la sangre al pensar que detrás de cada firma hay una persona, alguien independiente y ajeno que de un momento a otro se vio como parte activa en un complicado montaje de influencias. Todos esos que leían a Larra de jóvenes, aquellos que se embelesaban disfrutando aquellos discursos y ensayos en la facultad. Sin hablar de los que se jugaban el cuello literalmente con la censura… Esas grandes palabras denostadas como la objetividad, o la imparcialidad o neutralidad, o la libertad, o eso del “espíritu de la Transición”. ¿Dónde está esa limpieza virginal o ese rigor o esa lealtad a la responsabilidad del cargo? ¿Dónde quedó el respeto a nosotros mismos?

Entristece ver cómo periodistas quieren jugar a hacer de políticos, y los políticos no quieren jugar a nada, nada que no incluya hacerse un favor a sí mismo o hacer que alguien le deba un favor.

Cuando esta atmósfera irreal fundada con las técnicas más básicas de marketing y manipulación de masas4 dignas de cualquier régimen totalitarista reviente, la democracia quedará en un chiste sin gracia. En medio de la sociedad de la sobre-información, cuando más necesaria se hace la calidad de la misma, parecemos estar abocados a que jueguen con nosotros, y nos inserten en la mente lo que les venga en gana.

No conformes con que los españoles votemos por miedo, y nos conformemos con la opción que consideremos menos mala, quieren que acabemos votando por inercia, aprovechando nuestra falta de identidad y confianza real en un grupo concreto. Cuando ya no sepamos qué creer y no tengamos nada sólido en que apoyar nuestras opiniones y conclusiones, será fácil ganarse nuestro voto para quien nos ofrezca algún tipo de caramelito engañoso.

En este país se creó hace escasos años un partido político a nivel nacional totalmente nuevo, llamado UPyD. Fue fundado, básicamente, por Rosa Díez, ex-socialista cercana al antecesor Almunia, no así con Zapatero. La eurodiputada Díez hizo trascender en su momento que, entre otros, había captado para su partido a Fernando Savater, filósofo ajeno a la política hasta el momento. Sinceramente pintaba bien un partido así, muchos fuimos los que en algún momento sentimos la voluntad de escucharles.

Una vez confirmado el liderazgo definitivo en las listas de candidatos, por parte de doña Rosa, en detrimento de don Fernando, cabe preguntarse ¿a quién se ha debido tal decisión y qué virtudes básicas se valoraban? Y da miedo responderse, porque un filósofo serio en el Congreso, por entonces era necesario, y en la actualidad es urgente. Uno se echa las manos a la cabeza si recuerda los políticos de la historia de España, desde Agustín Argüelles a Adolfo Suárez, pasando por Cánovas o Ruiz-Zorrilla, y lo compara con el panorama que vivimos. Es justo decir en este punto que hoy también hay algún político respetable, sin embargo en la actualidad no tienen personalidad política individual, sino de partido. Eso provoca que el talento se vea escondido y fieramente corroído por la falta de práctica y las malas compañías con sus desatinados consejos. Ciertamente el nivel intelectual deja mucho que desear en el Congreso, y más cuando se empeñan en esconder a los que no saben gritar. No es la condición de prohombre lo que a uno le da voz, es la capacidad de tragarse la dignidad y la veracidad, para defender lo indefendible y atacar lo inatacable.

En la campaña de las pasadas elecciones generales, el diario el Mundo se mojaba y directamente pedía el voto a sus lectores para este partido recién nacido. Lo hacía con una nueva fórmula lingüística que por entonces se andaba asentando como común, “el partido de Rosa Díez”. Evidentemente, si un lector sigue los consejos de la publicación y se dirige al colegio electoral con la convicción de otorgar su confianza a el partido de Rosa Díez, no lo iba a poder hacer, ya que en las papeletas es referido con el impronunciable acrónimo.

Ellos mismos, los políticos, flagelan cualquier atisbo de sinceridad vocacional desde la que alguna vez hubieran soñado con estar en una cámara de representantes, cuando se aferran resignada y productivamente a la idea acuñada por Alfonso Guerra de “el que se mueva no sale en la foto”.

Conciudadanos, esto es que lo hemos elegido.


1 Si uno introduce las palabras “partido de Rosa Díez” como criterio de búsqueda en el conocido buscador Google, el sistema devuelve más de cinco millones de resultados; y si se introduce “unión progreso y democracia”, que es como se llama el partido, se recogen unas quinientas mil posibilidades, diez veces menos. Compruébese.

2 El mineralismo y Fernando Arrabal, un clásico. http://www.youtube.com/watch?v=ZpGJSwkmnR8

3 Ejemplo de lo ridículo en 22 segundos. http://www.youtube.com/watch?v=yIShWw-LvV0

4 “La mejor manera para convencer de una idea es la repetición infatigable de la misma.” (Mein kampf. Adolf Hitler) Ya lo decía Adolfito el mala ostia

jueves, julio 16, 2009

Carta a Sofía

Querida Sofía:

Te escribo a escasos días de tu bautizo, cuando mi santo, y por menos religioso que me considere, no oculto mi orgullo de que coincidamos en lo religioso, tu bautizo y mi santo, aunque sólo sea de esa manera indirecta.

Hablando con una de tus tías abuelas pude preguntar hace poco que para qué hay que bautizar a los niños, y se me dijo que es para que vayan al cielo cuando se mueran. Después se me ocurrió plantear si era importante seguir algún tipo de rito concreto, como el católico u otro, o si daba igual a qué cielo se fuera a ir. Ahí la respuesta se tornó casi masónica, y fue que sí, que daba igual, que simplemente había que creer en algo.

Esto me revolucionó la mente y me asaltaban las dudas. Creer en algo, ¿para qué?, ¿da igual en lo que se crea? Entonces ¿por qué cada religión considera la propia como la adecuada o como la única?

Estas preguntas me hicieron reflexionar sobre lo básico de la religión. En general las religiones incitan a la gente a ser buenas personas, a llamar hermanos a los demás, a ayudar a los desfavorecidos, a no creerse con derecho a matar o a robar o a violar; a respetar a los padres, a dedicar tiempo a la reflexión a través de la oración… A este conjunto de normas básicas oirás que se les llama valores, y en todas las religiones se acaba yendo al cielo por seguir tales valores.

Creo que es en el cómic de Mafalda, que te aconsejo leas en cuanto tengas esa habilidad, donde se dice que para inventarte una religión tienes que juntar trascendencia y miedo. Es probable que aún desconozcas estos dos términos abstractos, y no seré yo quien te desvele el miedo, así que sólo te explico la trascendencia.

Lo trascendente, querida sobrina, es lo que queda de nuestras acciones mientras vivimos. Lo que decimos y hacemos resulta que afecta a la realidad, al entorno, a tus queridos y a otras personas; mas es de justicia buscar una figura a la que rendir cuentas en cualquier momento. Alguien o algo que llegado el día sepa juzgar y premiar nuestra bondad o virtud, nuestro buen hacer en compromiso con el fin último del bien común.

Todo este mejunje de pensamientos me llevó a discurrir, hablando con una de tus tías abuelas, que esos llamados valores, son efectivamente esa puerta del cielo, a todos los cielos.

Ir al cielo es aprobar ese examen personal ante alguien o algo que conozca el por qué de nuestras acciones desde la pureza, y sepa vislumbrar nuestro compromiso con los demás y, por ser seres muy iguales, con nosotros mismos. Aquello que oirás llamar muchas veces el “fondo” de las personas…

Ir al cielo, en definitiva, es haber sido buena persona. Y por eso a tu tía abuela no le importa a qué cielo vayas a ir, siempre y cuando vayas a alguno, siempre y cuando seas buena persona…

Después me pregunté acerca de quienes no se bautizan, porque también los hay así ¿sabes?, y conocerás algunos que igualmente han ido o irán a algún cielo desconocido hasta ahora. Y tal vez encuentres ahí una contradicción si pensabas como tu tía abuela que sólo quien se bautiza puede ir a uno de los paraísos estipulados. Es cuando te halles ante esa duda que yo descubrí en aquel momento, cuando deberás acordarte de que tu tío te dijo una vez, en una carta escrita días antes de que te bautizaran, que simplemente es que el cielo no está en el cielo sino mucho más cerca; y también que te acuerdes del nombre con que fuiste bendecida: Sofía.

Tu nombre deberás escribirlo bien claro y siempre empezando en mayúsculas, y también convendría que supieras que significa algo, su etimología griega quiere decir “sabiduría”. Y fomentando tu nombre y su significado como personalidad propia sabrás descubrir, en los sabios griegos o en la sabia Mafalda, que el cielo de verdad está en Alkibiades y en Carlitos, es decir en las vidas de los demás.

Ya que indefectiblemente cambiarás en algún modo la vida de quien te rodea, preocúpate de influenciar con generosidad e influír desde el amor y la bondad. Entonces estarás en el cielo, cuando estés en los demás y sigas viviendo en otras vidas, en otras almas para hacer el bien.

Será que estás en el cielo si te siguen profesando amor aún cuando ya no estés.

Te dejo por último una cuestión que ya me responderás con el tiempo, ¿hace falta haber muerto para ir al cielo?

El Torrao

viernes, febrero 27, 2009

Aslama Bislama

Existe un país al otro lado del mar, entre el extremo de la cordillera del Atlas y el desierto del Sahara poblado de seres humanos. Allí los gatos pasean invisibles entre la muchedumbre, mientras los perros están prácticamente extinguidos, pues son éstos animales impuros: el perro mordió al profeta. Bajo los cuatro pilares islámicos tratan de estar a la altura de lo trascendental, motivándose a la meditación y a la reflexión, forjándose así una conciencia, mas respetan tanto al practicante como al no practicante con un gran sentido común para lo religioso. 
El té sustituye al café allá donde comenzaron las guerras púnicas, allá donde los cartagineses, donde los romanos y los franceses, donde no es deshonroso adjetivar afrancesado, donde los nazis quisieron controlar las rutas mediterráneas, donde las travesías mortales del desierto...
Para nosotros Túnez es la capital de Túnez, nos es lo mismo; y parece que las olas del Mediterráneo que nos separa, son bastante altas como para no permitirnos advertir la sutil diferencia entre Túnez (Tunisia) y la ciudad de Tunis, y resulta extremadamente chocante comprobar que los tunecinos diferencian con alegría entre catalanes, gallegos, vascos, o madrileños. Conocen y asumen con respeto y fraternidad nuestras cuestiones, así como saben del pasado histórico mozárabe, califal o mudejar de la península ibérica, sin que resulte humillante ni digno de resquemor ni, menos aún, de venganza. Exclaman con alegría la palabra "sabotaje", exagerando la pronunciación de la jota, recalcándola casi hasta lo expectorante. Además de lo cómico de la cuestión, eso nos hermana con ellos en cierta medida, con las gentes de habla árabe en general, ya que nos recuerdan que una palabra así, que existe en las lenguas europeas y que se pronuncia en todas ellas prácticamente igual, con la sola diferencia del fonema de la jota, y que sólo los hispanohablantes pronunciamos tan fuerte como ellos, el sonido el de la jota, muy común en el vocabulario árabe.
Entre el desierto y la costa, entre los oasis y las montañas, entre las salinas y las medinas, entre el sur y el norte, entre los bereberes y los tuaregs, entre los dromedarios y los caballos, entre las palmeras y los olivos, entre lo africano y lo europeo… existe siempre un manto de contrastes mezclados que lo cubre todo de mestizaje grato, exprimiendo un jugo de influencias que conforman una excelsísima personalidad sobre esa tierra.
Cuando un turista intenta ser amable en la medina y trata de usar el habla local, hace bien en intentar pronunciar el vocablo adecuado para dar las gracias en algún momento. “Chókran” (pronunciado shókran) es confundido fácilmente por shúkren, que significa azúcar, y aún más comúnmente por sókran, leve diferencia en la liquidez de la ese para llamar borracho a quien se pretende agradecer, despertando automáticamente la hilaridad de quien lo escucha.
En la zona de Douz los dromedarios reivindican, con su paciente paso, la soberanía del desierto y recuerdan, con su actitud pasiva y resabiada su monótona adaptación a las rutas por las dunas y la arena, transportando todo aquello que había sido visto en los barcos, o mercancías traídas por elefantes de la selva, durante miles de años. Por ello los pastores de estos bonachones animales, otorgan su esfuerzo y su espacio apreciando la importancia de un auténtico símbolo de la supervivencia ancestral, a través de la paciencia constante en silencio, y la conciencia tajante sobre el despilfarro de esfuerzos físicos. Y se presenta curiosa la comparación con los habitantes tunecinos, que por impetuosos vendedores y testarudos persuasores que puedan lucir, jamás experimentan algo lejanamente parecido al estress moderno. Muchos pasan las horas sentados con un té junto a una pared cuarteada, sin apenas mover los párpados, sin hacer un gesto ni mover un músculo bajo la chilaba que no esconde unos boxers ni unos slips nuevecitos. Y de la modernidad uno se acuerda al ver colgada la carne sin refrigerar, a veces la res entera. Un inspector de Sanidad de nuestro país se quedaría sin tinta rellenando partes de incidencias en el primer mercado tunecino que visitara, mas una vez allí es necesario resignarse a lo tecnológicamente antigüo que no necesariamente insalubre. Y no, nuestros antepasados tampoco tenían neveras, ni grandes fábricas ni rascacielos, ni papel higiénico...
Allí cualquier lugar es un lugar exótico que invita a soñar despierto, inspirado en aquellos relatos fantásticos de ambientación arábiga, a los que uno haya podido tener alcance mínimamente, y se ven como un espejismo allá donde no hay nada, o eso parece, y uno quiere imaginar columnas de centuriones romanos a un costado, formaciones de panzers nazis a otro, o los otomanos, y complatar la escena con Liz Taylor caracterizada de Cleopatra y los mismísimos Asterix y Obelix con una cantimplora, sobrevolados por las vainas de carreras de Skywalker... 
Es posible imaginar el bullicio cruel de las gradas del circo romano de El Jem, en cuyas ruinas se pueden visitar los habitáculos donde fieras y esclavos vivían el cernir de la muerte y la agonía de la espera. Mientras, en el norte las gigantescas termas de Cartago, o lo que queda de ellas tras veinte siglos de destrucción envidiosa, dan a imaginar la tranquilidad y la facilidad de lo cómodo, junto a la inmediatez sórdida de metralletas y a la pared de la actual residencia del presidente del país en lo presente.
Sólo traigo gratos recuerdos que me llenan de gozo al recordar desde que salimos el grupo de Travelplan compuesto por 53 almas ignorantes deslumbradas en cada instante por la grandeza de lo que se presenta tan singularmente único que parecía improbable. El jugo de las palmeras deshojadas, la piel seca del dátil sin miel ni azúcar recién bajado por un impetuoso y muy ágil habitante trepador, el aroma del jazmín y la esencia de cactus, que tanto sabemos apreciar los occidentales cuando le cambiamos el nombre por otro más pomposo y cínicamente comercial. El té y esos vasos específicos y atractivamente decorados, el cuscús, el cordero, el arroz con pollo, el pollo con arroz, el dinar, los milibs (milésimas de unidad monetaria). Las haimas ingeniosamente sostenidas en tensión, los dromedarios ataviados para conducir a la novia hacia su boda, aquella molinera en casas escarbadas en la piedra como trogloditas, las rosas del desierto formadas por la cristalización de la arena. La numerosa policía con aportación femenina, la variedad de gorros y pañuelos para cubrirse del sol, la antigua vía romana, la coincidencia en el hotel con el equipo nacional de halterofilia. Los arcenes de tierra de las carreteras principales, tanto para caminantes como para carros tirados de burros, como para salvar la situación de peligro que pueda crear un conductor incauto, normalmente libio, o la manguerita junto al inodoro, que despertaba nuestros jocosos comentarios e invitaba a la reflexión sobre quién es el guarro... No quiero olvidar nada, disfruté cada momento.
En Túnez uno puede deleitar sus sentidos al respirar el aroma del jazmín y un minuto después asquear el gesto al oler carne podrida en el final del día de mercado. Se puede comprobar con tristeza cómo las mujeres van solas o con otras mujeres, nunca mezcladas con hombres, sepultadas bajo telas de colores alfigidos; y recorrer después unos kilómetros en el tiempo para encontrarlas sentadas en las terrazas con grupos mixtos de amigos, luciendo unos pantalones tejanos y un bonito peinado. Alguien también podría fijarse en los comercios de los zocos, totalmente sobrecargados de platos de cerámica y de metal, de darbukas, de especias, de joyas y souvenirs negociados por un adulador muy insistente, que con una sonrisa cautivadora te invita a pasar a su tienda como si fuese su casa, y pasarse después a contemplar el lado de la vida en que uno cultiva su día a día en el huerto y acerca en un cajón a la carretera lo que le puede sobrar, para venderlo a quien pase si es que decide parar ahí y no donde ofrecen gasolina libia de contrabando en garrafas verdes.
Mi equipaje se ve engordado de buenos momentos después de aquella cena en la gran haima de Tozeur, con abuso abismal de aquel vino, disfrutando de un espectáculo con música, bailes, luchas de espadas, con aquel instrumento de viento que soplaba incesante sin extenuación. Las serpientes y escorpiones que impresionaban a las mentes occidentales allí presentes, nos eran menos temibles por vestir chilabas bordadas para la fiesta y turbantes correctamente instalados en nuestras cabezas, que habíamos adquirido a un comerciante practicando o dejándonos practicar el arte y deporte del regateo.
Me alegro de que aquel brrebaje tunecino nos entusiasmara y acabásemos expresando al guía nuestro agradecimiento y buen sentir por la presencia de aquel tipo extraño que lideraba la manada de Hakuna Matata, y le cantásemos con sinceridad, en humilde loor de multitudes, aquello de “Ridha javivi” (Ridha te quiero). Cuando quedamos el grupo de Tronco+25 entre Monastiri y Sousse, enfrente de la isla de Sicilia, donde me fotografié junto a Kalem, que conocía el fútbol español mejor que yo, donde practiqué el deporte acuático de la solidaridad ociosa en la piscina con aquel holandés flotante y sus taheños hijos voladores; y donde compartí un desplazamiento en tren con una tunecina de nombre palestino, con una bonita mirada y que además leía a Hemingway, con cuya animada conversación y perfecto conocimiento del inglés quedé embriagado... 
Allí la experiencia se tornó mas sensible y humanamente cercana. Allí los lazos se hicieron emocionantemente fuertes entre el grupo, muchas horas juntos, muchas comidas en común, muchos baños y aguadillas en la piscina, muchas conversaciones de interés, muchas situaciones divertidas, muchas borracheras, muchas chichas de sabores para fumar al carbón de la cachimba, mucho intercambio de saberes en el haber y la participación cooperativa sin escrúpulos ni prejuicios… conforman seguro el inicio de una gran amistad.
Todo eso tan irrepetible, tan único, tan distante, tan antiguo, tan inolvidable, tan sumamente intenso que viví en Túnez... Creo que amo a Túnez.
Adiós Túnez, o dicho en tu lengua, bislama Túnez. Nunca te querré olvidar.