En
las pasadas elecciones generales celebradas el 26J (26/06/2016) he
podido darme cuenta de ciertas contradicciones que se dan en nuestra
democracia, y que como yo, cualquiera de ustedes podría haber
percibido.
En
mi caso, que solicité votar por correo, recibí días antes del 26
un sobre con las papeletas y las listas. Durante las semanas
anteriores había recibido propaganda electoral de casi todos los
partidos que se presentaban en mi circunscripción. Aquí detecto la
primera anomalía, pues esa propaganda electoral presenta grandes
diferencias de formato y calidad del propio folleto dependiendo de
qué partido lo envíe. Esto parece indicar que existe una
desigualdad evidente entre el presupuesto del que puede disponer cada
grupo político para atender los gastos de su campaña. Así, los
grandes partidos tienen dinero para buzonear a toda la región con
folletos impresos en color y utilizando papel de alta calidad. Por el
contrario, los partidos más modestos mandan una versión mucho más
rudimentaria, o directamente no mandan nada. Personalmente, me parece
una carrera desigual desde el inicio. ¿No tendría más sentido que
fuera el Estado quien mandara un único panfleto que dedicara igual
número de páginas a cada partido que se presenta en tal
circunscripción, y asumiera los gastos?. Lo contrario se me parece
más a una campaña de marketing que a una campaña electoral.
Una
vez que recibí las papeletas y me dispuse a hacer mi elección,
extendí sobre la mesa las listas de candidatos de cada partido y los
panfletos que había ido recibiendo durante las semanas anteriores.
Tomé en mi mano el primer panfleto, con el líder nacional en la
portada y repasé su programa. ¡Un momento, mi ciudad y mi comunidad
no se mencionan en absoluto! ¿no tengo que elegir un representante
de mi circunscripción para que me represente en el congreso?, ¿por
qué no dice nada de los transportes, los colegios o los hospitales
de la zona donde vivo?. Por otro lado, el líder nacional, que en la
propaganda dice hablarme a mí directamente y me pide mi voto,
resulta que no se presenta en mi circunscripción. ¿Por qué me pide
mi voto entonces?, ¡si no se presenta!. No entiendo nada...
Eché
entonces un vistazo a la hoja de papel donde tenía que plasmar mi
voto. Se explica que tengo que marcar cruces en los candidatos que yo
quiera. Confirmo que el que sonreía en el panfleto y me pedía mi
voto no aparece por ningún sitio. Lo cierto es que no conozco a casi
nadie de los nombres que leo y entre los que tengo que elegir. Y yo
me pregunto, ¿cómo tomo esa elección?, ¿en que baso esa decisión
si no sé qué ideas o propuestas defienden?.
En
realidad ya conozco la respuesta, pero me cuesta aceptarla porque
seguramente he oído demasiadas veces eso de que España es una
democracia consolidada y un país desarrollado. Da igual a quién
elija o cómo se llame el candidato, e importa mucho menos que no lo
conozca. Lo que tengo que votar aquí son las siglas. Solamente estoy
votando para que una de esas personas con nombre desconocido para mí
vaya al Congreso de Madrid y vote al líder nacional. No me hace
falta saber quiénes son las personas de la lista que tengo delante o
qué ideas defienden, porque el único talento con el que deberán
contar es que puedan diferenciar entre el botón para votar en contra
y el de votar a favor. Al ejercer mi derecho al voto, lo que estoy
haciendo en realidad es votar el botón que quiero que se pulse, sin
que sea relevante quién es aquel que lo pulsa.
Una
vez en el Congreso, mi candidato recibirá instrucciones de su
partido para indicarle qué votar. Incluso le darán el argumentario
para defender lo que vota. A esto le han llamado “disciplina de
partido”, eso que en la época del Felipismo y después con el
Aznarismo se consolidó para evitar divisiones internas (aquello de
los “versos libres”) que pudieran debilitar al Gobierno. Eran
tiempos jóvenes para nuestra democracia y existía cierto temor a
movimientos desestabilizadores, que se perpetrase un Golpe de Estado
por ejemplo. Sin embargo ahora, con nuestra democracia ya asentada y
respaldada por todos, no alcanzo a comprender en qué nos beneficia
esto de que los partidos voten todos a una bajo amenaza de sanciones
y multas.
Me
gusta la comparación que he oído a veces, que establece que el
proceso electoral es como la elección del consejo de administración
de una empresa. España sería una empresa bastante particular, con
un presupuesto y una plantilla enormes, en la que los integrantes
elegimos a los jefes. Partiendo de ahí, podemos imaginar que nuestro
voto representa nuestro poder de decisión en un proceso de
entrevistas de trabajo, y debemos valorar a los candidatos
principalmente por su experiencia y sus conocimientos. Sin embargo,
al final sólo podemos elegir al jefe supremo, y será él quien
arbitrariamente designe al resto de integrantes del consejo de
administración de nuestra gran empresa, ya que una vez elegido el
Presidente, podrá poner y quitar ministros a su antojo.
Personalmente
me parece que es un proceso de selección que chirría por todas
partes. Y ya que hemos estrenado el sistema de listas abiertas, se me
haría bastante lógico poder votar por los ministros, al menos
aquellos que ocuparán los ministerios más controvertidos.
Si
usted como yo vio por ejemplo el debate televisado entre las personas
“ministrables” para el Ministerio de Economía, tal vez sacó sus
propias conclusiones y acabó el debate teniendo preferencia por
alguno de los participantes, que no necesariamente pertenece al
partido del su líder favorito, y que despertó en usted cierto
sentimiento de admiración y confianza. Al ver ese debate, usted como
yo nos situamos en el lado de la mesa de quien recluta en la
entrevista de trabajo, e igual que yo pudo valorar a esas personas
por sus talentos relevantes en la materia de economía.
¿No
sería más lógico y más justo entonces, que pudiéramos elegir a
un grupo de personas especializadas en esas distintas materias? En
vez de elegir al capitán del barco y que éste elija a los marineros
siguiendo sus propios criterios, tal vez podríamos elegir a los
integrantes del barco asegurándonos de que cada uno es experto en su
campo. No veo por qué hay que votar por meros pulsadores de botones
pudiendo votar a personas realmente preparadas para tan exigente
tarea como la que se les encomienda. Incluso podríamos llegar a
pensar en un Consejo de Ministros integrada por personas elegidas por
la población, tras evaluar sus ideas, sus propuestas y, naturalmente
sus capacidades.
Sí,
soy consciente. Es un sueño utópico ya que quienes tendrían que
cambiar el sistema son los que mandan, y son los que indican a mis
elegidos qué botón deben pulsar. Viva España. Viva la democracia.