domingo, julio 03, 2016

Votar el botón

En las pasadas elecciones generales celebradas el 26J (26/06/2016) he podido darme cuenta de ciertas contradicciones que se dan en nuestra democracia, y que como yo, cualquiera de ustedes podría haber percibido.

En mi caso, que solicité votar por correo, recibí días antes del 26 un sobre con las papeletas y las listas. Durante las semanas anteriores había recibido propaganda electoral de casi todos los partidos que se presentaban en mi circunscripción. Aquí detecto la primera anomalía, pues esa propaganda electoral presenta grandes diferencias de formato y calidad del propio folleto dependiendo de qué partido lo envíe. Esto parece indicar que existe una desigualdad evidente entre el presupuesto del que puede disponer cada grupo político para atender los gastos de su campaña. Así, los grandes partidos tienen dinero para buzonear a toda la región con folletos impresos en color y utilizando papel de alta calidad. Por el contrario, los partidos más modestos mandan una versión mucho más rudimentaria, o directamente no mandan nada. Personalmente, me parece una carrera desigual desde el inicio. ¿No tendría más sentido que fuera el Estado quien mandara un único panfleto que dedicara igual número de páginas a cada partido que se presenta en tal circunscripción, y asumiera los gastos?. Lo contrario se me parece más a una campaña de marketing que a una campaña electoral.

Una vez que recibí las papeletas y me dispuse a hacer mi elección, extendí sobre la mesa las listas de candidatos de cada partido y los panfletos que había ido recibiendo durante las semanas anteriores. Tomé en mi mano el primer panfleto, con el líder nacional en la portada y repasé su programa. ¡Un momento, mi ciudad y mi comunidad no se mencionan en absoluto! ¿no tengo que elegir un representante de mi circunscripción para que me represente en el congreso?, ¿por qué no dice nada de los transportes, los colegios o los hospitales de la zona donde vivo?. Por otro lado, el líder nacional, que en la propaganda dice hablarme a mí directamente y me pide mi voto, resulta que no se presenta en mi circunscripción. ¿Por qué me pide mi voto entonces?, ¡si no se presenta!. No entiendo nada...

Eché entonces un vistazo a la hoja de papel donde tenía que plasmar mi voto. Se explica que tengo que marcar cruces en los candidatos que yo quiera. Confirmo que el que sonreía en el panfleto y me pedía mi voto no aparece por ningún sitio. Lo cierto es que no conozco a casi nadie de los nombres que leo y entre los que tengo que elegir. Y yo me pregunto, ¿cómo tomo esa elección?, ¿en que baso esa decisión si no sé qué ideas o propuestas defienden?.

En realidad ya conozco la respuesta, pero me cuesta aceptarla porque seguramente he oído demasiadas veces eso de que España es una democracia consolidada y un país desarrollado. Da igual a quién elija o cómo se llame el candidato, e importa mucho menos que no lo conozca. Lo que tengo que votar aquí son las siglas. Solamente estoy votando para que una de esas personas con nombre desconocido para mí vaya al Congreso de Madrid y vote al líder nacional. No me hace falta saber quiénes son las personas de la lista que tengo delante o qué ideas defienden, porque el único talento con el que deberán contar es que puedan diferenciar entre el botón para votar en contra y el de votar a favor. Al ejercer mi derecho al voto, lo que estoy haciendo en realidad es votar el botón que quiero que se pulse, sin que sea relevante quién es aquel que lo pulsa.

Una vez en el Congreso, mi candidato recibirá instrucciones de su partido para indicarle qué votar. Incluso le darán el argumentario para defender lo que vota. A esto le han llamado “disciplina de partido”, eso que en la época del Felipismo y después con el Aznarismo se consolidó para evitar divisiones internas (aquello de los “versos libres”) que pudieran debilitar al Gobierno. Eran tiempos jóvenes para nuestra democracia y existía cierto temor a movimientos desestabilizadores, que se perpetrase un Golpe de Estado por ejemplo. Sin embargo ahora, con nuestra democracia ya asentada y respaldada por todos, no alcanzo a comprender en qué nos beneficia esto de que los partidos voten todos a una bajo amenaza de sanciones y multas.

Me gusta la comparación que he oído a veces, que establece que el proceso electoral es como la elección del consejo de administración de una empresa. España sería una empresa bastante particular, con un presupuesto y una plantilla enormes, en la que los integrantes elegimos a los jefes. Partiendo de ahí, podemos imaginar que nuestro voto representa nuestro poder de decisión en un proceso de entrevistas de trabajo, y debemos valorar a los candidatos principalmente por su experiencia y sus conocimientos. Sin embargo, al final sólo podemos elegir al jefe supremo, y será él quien arbitrariamente designe al resto de integrantes del consejo de administración de nuestra gran empresa, ya que una vez elegido el Presidente, podrá poner y quitar ministros a su antojo.

Personalmente me parece que es un proceso de selección que chirría por todas partes. Y ya que hemos estrenado el sistema de listas abiertas, se me haría bastante lógico poder votar por los ministros, al menos aquellos que ocuparán los ministerios más controvertidos.

Si usted como yo vio por ejemplo el debate televisado entre las personas “ministrables” para el Ministerio de Economía, tal vez sacó sus propias conclusiones y acabó el debate teniendo preferencia por alguno de los participantes, que no necesariamente pertenece al partido del su líder favorito, y que despertó en usted cierto sentimiento de admiración y confianza. Al ver ese debate, usted como yo nos situamos en el lado de la mesa de quien recluta en la entrevista de trabajo, e igual que yo pudo valorar a esas personas por sus talentos relevantes en la materia de economía.

¿No sería más lógico y más justo entonces, que pudiéramos elegir a un grupo de personas especializadas en esas distintas materias? En vez de elegir al capitán del barco y que éste elija a los marineros siguiendo sus propios criterios, tal vez podríamos elegir a los integrantes del barco asegurándonos de que cada uno es experto en su campo. No veo por qué hay que votar por meros pulsadores de botones pudiendo votar a personas realmente preparadas para tan exigente tarea como la que se les encomienda. Incluso podríamos llegar a pensar en un Consejo de Ministros integrada por personas elegidas por la población, tras evaluar sus ideas, sus propuestas y, naturalmente sus capacidades.


Sí, soy consciente. Es un sueño utópico ya que quienes tendrían que cambiar el sistema son los que mandan, y son los que indican a mis elegidos qué botón deben pulsar. Viva España. Viva la democracia.

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