viernes, febrero 27, 2009

Aslama Bislama

Existe un país al otro lado del mar, entre el extremo de la cordillera del Atlas y el desierto del Sahara poblado de seres humanos. Allí los gatos pasean invisibles entre la muchedumbre, mientras los perros están prácticamente extinguidos, pues son éstos animales impuros: el perro mordió al profeta. Bajo los cuatro pilares islámicos tratan de estar a la altura de lo trascendental, motivándose a la meditación y a la reflexión, forjándose así una conciencia, mas respetan tanto al practicante como al no practicante con un gran sentido común para lo religioso. 
El té sustituye al café allá donde comenzaron las guerras púnicas, allá donde los cartagineses, donde los romanos y los franceses, donde no es deshonroso adjetivar afrancesado, donde los nazis quisieron controlar las rutas mediterráneas, donde las travesías mortales del desierto...
Para nosotros Túnez es la capital de Túnez, nos es lo mismo; y parece que las olas del Mediterráneo que nos separa, son bastante altas como para no permitirnos advertir la sutil diferencia entre Túnez (Tunisia) y la ciudad de Tunis, y resulta extremadamente chocante comprobar que los tunecinos diferencian con alegría entre catalanes, gallegos, vascos, o madrileños. Conocen y asumen con respeto y fraternidad nuestras cuestiones, así como saben del pasado histórico mozárabe, califal o mudejar de la península ibérica, sin que resulte humillante ni digno de resquemor ni, menos aún, de venganza. Exclaman con alegría la palabra "sabotaje", exagerando la pronunciación de la jota, recalcándola casi hasta lo expectorante. Además de lo cómico de la cuestión, eso nos hermana con ellos en cierta medida, con las gentes de habla árabe en general, ya que nos recuerdan que una palabra así, que existe en las lenguas europeas y que se pronuncia en todas ellas prácticamente igual, con la sola diferencia del fonema de la jota, y que sólo los hispanohablantes pronunciamos tan fuerte como ellos, el sonido el de la jota, muy común en el vocabulario árabe.
Entre el desierto y la costa, entre los oasis y las montañas, entre las salinas y las medinas, entre el sur y el norte, entre los bereberes y los tuaregs, entre los dromedarios y los caballos, entre las palmeras y los olivos, entre lo africano y lo europeo… existe siempre un manto de contrastes mezclados que lo cubre todo de mestizaje grato, exprimiendo un jugo de influencias que conforman una excelsísima personalidad sobre esa tierra.
Cuando un turista intenta ser amable en la medina y trata de usar el habla local, hace bien en intentar pronunciar el vocablo adecuado para dar las gracias en algún momento. “Chókran” (pronunciado shókran) es confundido fácilmente por shúkren, que significa azúcar, y aún más comúnmente por sókran, leve diferencia en la liquidez de la ese para llamar borracho a quien se pretende agradecer, despertando automáticamente la hilaridad de quien lo escucha.
En la zona de Douz los dromedarios reivindican, con su paciente paso, la soberanía del desierto y recuerdan, con su actitud pasiva y resabiada su monótona adaptación a las rutas por las dunas y la arena, transportando todo aquello que había sido visto en los barcos, o mercancías traídas por elefantes de la selva, durante miles de años. Por ello los pastores de estos bonachones animales, otorgan su esfuerzo y su espacio apreciando la importancia de un auténtico símbolo de la supervivencia ancestral, a través de la paciencia constante en silencio, y la conciencia tajante sobre el despilfarro de esfuerzos físicos. Y se presenta curiosa la comparación con los habitantes tunecinos, que por impetuosos vendedores y testarudos persuasores que puedan lucir, jamás experimentan algo lejanamente parecido al estress moderno. Muchos pasan las horas sentados con un té junto a una pared cuarteada, sin apenas mover los párpados, sin hacer un gesto ni mover un músculo bajo la chilaba que no esconde unos boxers ni unos slips nuevecitos. Y de la modernidad uno se acuerda al ver colgada la carne sin refrigerar, a veces la res entera. Un inspector de Sanidad de nuestro país se quedaría sin tinta rellenando partes de incidencias en el primer mercado tunecino que visitara, mas una vez allí es necesario resignarse a lo tecnológicamente antigüo que no necesariamente insalubre. Y no, nuestros antepasados tampoco tenían neveras, ni grandes fábricas ni rascacielos, ni papel higiénico...
Allí cualquier lugar es un lugar exótico que invita a soñar despierto, inspirado en aquellos relatos fantásticos de ambientación arábiga, a los que uno haya podido tener alcance mínimamente, y se ven como un espejismo allá donde no hay nada, o eso parece, y uno quiere imaginar columnas de centuriones romanos a un costado, formaciones de panzers nazis a otro, o los otomanos, y complatar la escena con Liz Taylor caracterizada de Cleopatra y los mismísimos Asterix y Obelix con una cantimplora, sobrevolados por las vainas de carreras de Skywalker... 
Es posible imaginar el bullicio cruel de las gradas del circo romano de El Jem, en cuyas ruinas se pueden visitar los habitáculos donde fieras y esclavos vivían el cernir de la muerte y la agonía de la espera. Mientras, en el norte las gigantescas termas de Cartago, o lo que queda de ellas tras veinte siglos de destrucción envidiosa, dan a imaginar la tranquilidad y la facilidad de lo cómodo, junto a la inmediatez sórdida de metralletas y a la pared de la actual residencia del presidente del país en lo presente.
Sólo traigo gratos recuerdos que me llenan de gozo al recordar desde que salimos el grupo de Travelplan compuesto por 53 almas ignorantes deslumbradas en cada instante por la grandeza de lo que se presenta tan singularmente único que parecía improbable. El jugo de las palmeras deshojadas, la piel seca del dátil sin miel ni azúcar recién bajado por un impetuoso y muy ágil habitante trepador, el aroma del jazmín y la esencia de cactus, que tanto sabemos apreciar los occidentales cuando le cambiamos el nombre por otro más pomposo y cínicamente comercial. El té y esos vasos específicos y atractivamente decorados, el cuscús, el cordero, el arroz con pollo, el pollo con arroz, el dinar, los milibs (milésimas de unidad monetaria). Las haimas ingeniosamente sostenidas en tensión, los dromedarios ataviados para conducir a la novia hacia su boda, aquella molinera en casas escarbadas en la piedra como trogloditas, las rosas del desierto formadas por la cristalización de la arena. La numerosa policía con aportación femenina, la variedad de gorros y pañuelos para cubrirse del sol, la antigua vía romana, la coincidencia en el hotel con el equipo nacional de halterofilia. Los arcenes de tierra de las carreteras principales, tanto para caminantes como para carros tirados de burros, como para salvar la situación de peligro que pueda crear un conductor incauto, normalmente libio, o la manguerita junto al inodoro, que despertaba nuestros jocosos comentarios e invitaba a la reflexión sobre quién es el guarro... No quiero olvidar nada, disfruté cada momento.
En Túnez uno puede deleitar sus sentidos al respirar el aroma del jazmín y un minuto después asquear el gesto al oler carne podrida en el final del día de mercado. Se puede comprobar con tristeza cómo las mujeres van solas o con otras mujeres, nunca mezcladas con hombres, sepultadas bajo telas de colores alfigidos; y recorrer después unos kilómetros en el tiempo para encontrarlas sentadas en las terrazas con grupos mixtos de amigos, luciendo unos pantalones tejanos y un bonito peinado. Alguien también podría fijarse en los comercios de los zocos, totalmente sobrecargados de platos de cerámica y de metal, de darbukas, de especias, de joyas y souvenirs negociados por un adulador muy insistente, que con una sonrisa cautivadora te invita a pasar a su tienda como si fuese su casa, y pasarse después a contemplar el lado de la vida en que uno cultiva su día a día en el huerto y acerca en un cajón a la carretera lo que le puede sobrar, para venderlo a quien pase si es que decide parar ahí y no donde ofrecen gasolina libia de contrabando en garrafas verdes.
Mi equipaje se ve engordado de buenos momentos después de aquella cena en la gran haima de Tozeur, con abuso abismal de aquel vino, disfrutando de un espectáculo con música, bailes, luchas de espadas, con aquel instrumento de viento que soplaba incesante sin extenuación. Las serpientes y escorpiones que impresionaban a las mentes occidentales allí presentes, nos eran menos temibles por vestir chilabas bordadas para la fiesta y turbantes correctamente instalados en nuestras cabezas, que habíamos adquirido a un comerciante practicando o dejándonos practicar el arte y deporte del regateo.
Me alegro de que aquel brrebaje tunecino nos entusiasmara y acabásemos expresando al guía nuestro agradecimiento y buen sentir por la presencia de aquel tipo extraño que lideraba la manada de Hakuna Matata, y le cantásemos con sinceridad, en humilde loor de multitudes, aquello de “Ridha javivi” (Ridha te quiero). Cuando quedamos el grupo de Tronco+25 entre Monastiri y Sousse, enfrente de la isla de Sicilia, donde me fotografié junto a Kalem, que conocía el fútbol español mejor que yo, donde practiqué el deporte acuático de la solidaridad ociosa en la piscina con aquel holandés flotante y sus taheños hijos voladores; y donde compartí un desplazamiento en tren con una tunecina de nombre palestino, con una bonita mirada y que además leía a Hemingway, con cuya animada conversación y perfecto conocimiento del inglés quedé embriagado... 
Allí la experiencia se tornó mas sensible y humanamente cercana. Allí los lazos se hicieron emocionantemente fuertes entre el grupo, muchas horas juntos, muchas comidas en común, muchos baños y aguadillas en la piscina, muchas conversaciones de interés, muchas situaciones divertidas, muchas borracheras, muchas chichas de sabores para fumar al carbón de la cachimba, mucho intercambio de saberes en el haber y la participación cooperativa sin escrúpulos ni prejuicios… conforman seguro el inicio de una gran amistad.
Todo eso tan irrepetible, tan único, tan distante, tan antiguo, tan inolvidable, tan sumamente intenso que viví en Túnez... Creo que amo a Túnez.
Adiós Túnez, o dicho en tu lengua, bislama Túnez. Nunca te querré olvidar.