miércoles, septiembre 29, 2010

El puente de Juana

Ese verano estaba siendo muy caluroso. Juana y el extranjero decidieron comprarse un par de sombreros para resguardarse del sol. Estaban pasando sus vacaciones en una ciudad milenaria y habían pasado la mañana visitando monumentos y recorriendo las callejuelas enjambradas que habían resistido estoicamente el paso de los siglos.

El extranjero se adelantó con el grupo de turistas para detenerse al otro lado de un puente, que tenía tantos siglos como el propio río que cruzaba. Juana, al otro lado, se había quedado observando unos pájaros que bebían de una fuente. Y esperaba el momento adecuado en que la luz y la escena fueran dignas de la fotografía perfecta.

En el extremo del puente en el que se encontraba un extranjero había un cartel que informaba en varios idiomas sobre la historia del puente a través del tiempo. Fue construido, según se podía leer, con el propósito de traer riquezas a la ciudad. Era tan estrecho que sólo permitiría el tránsito en una dirección, la que llevaba indudablemente a las puertas de la vieja ciudad.

El extranjero se dejó llevar por su imaginación y, mirando hacia el puente, pudo ver en él mercaderes y comerciantes transportando oro y especias sobre las piedras. En esto, Juana caminaba ya sobre el puente, camino hacia el extranjero. Éste la miró, observó la suavidad de su piel bajo el sol, la gracia que le daba el sombrero de paja trenzada adquirido recientemente, y pensó en el propósito inicial de utilizar el puente para traer riquezas.

El extranjero sonrió mientras miraba hacia tal “riqueza”, y cuando Juana le alcanzó, la besó y pensó que sería el momento perfecto para que aquel puente considerara cumplida su tarea y cayera derrumbado sobre el río. Pensó que, sin duda, aquel puente fue construido desde el principio para conducir a Juana, con su magnífica riqueza, hacia los brazos del extranjero en la ciudad.

El torrao.

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