lunes, mayo 09, 2011

Amnesia

Desperté boca abajo y supe que estaba en el suelo, con la cara en la tierra y rodeado de plantas que mis ojos no podían enfocar bien por la luz intensa del día. Me di la vuelta e incorporé mi cuerpo para situarme en un campo de amapolas completamente desconocido para mí. Miré a mi alrededor por encima del mar verde y rojo que se extendía por todo el lugar sin llegar a divisar nada reconocible.
No podía recordar dónde estaba o cómo llegué allí. Sentí angustia al tratar de forzar mis recuerdos inútilmente y saber con quién había estado o cuándo quedé dormido en ese lugar. El pánico se apoderó de mí al no saber hacia dónde ir ni contar con la más remota idea de dónde me podría dirigir desde allí. Mi pulso y mi respiración estaban acelerados y el gesto de mi cara seguramente indicaba desconcierto intranquilo.
Entonces vi que algo se movía sobre el nivel de las amapolas y supe que alguien se acercaba. Primero veía su cabeza y cuando se acercó algo más pude adivinar con alivio que se trataba de ella, mi amada. Todo cobró sentido entonces. Supe al instante dónde me encontraba y por qué estaba allí. La angustia y el miedo previos se dispersaron cuando pude admirar la gracia de su andar y la cara angelical de mi media naranja. Al ver a la mujer de mi vida pude recordarla y pude recuperar mis propios recuerdos de manera nítida. Recobrar mis pensamientos fue una sensación satisfactoria que me devolvió a la felicidad profunda de quien ha pasado su vida queriendo y siendo querido.
Comprendí que ella me hizo recobrar mis recuerdos porque ella es todo lo que recuerdo, y todo lo que recuerdo es ella, pues ella es mi vida y siempre lo fue. Recuerdo que entonces me comprometí conmigo mismo a no olvidarla jamás y me propuse que tenía que acordarme de recordarla siempre, pues recordándola a ella podría reconocerme a mí mismo.
El Torrao.

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